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El Bernabéu engulle al PSG

El Madrid, a lomos de Benzema y Modric, remonta con épica pese a un excelso Mbappé


El Bernabéu es un ser vivo. Es un edificio que late. Cuatro muros que tienen alma. Un hogar para el Madrid, una casa de brujas para el que llega de visita. Si el Bernabéu tiene hambre, te devora. Aturde como la isla de Perdidos y te pierdes como en el Triángulo de las Bermudas. Dicen que hay estadios que tiemblan. El tembleque del Bernabéu tiene que ser parecido al tac-tac-tac de la subida de una montaña rusa. Cuando caes, desparece el suelo bajo tus pies. Está dominado para la inercia de un desagüe.



Más de 60.000 personas, la mejor entrada desde que empezó la pandemia, participaron en el conjuro. Resuelto el misterio de Kroos, Ancelotti optó por el esfuerzo de Valverde ante la ausencia de Casemiro. Nacho reemplazó a Mendy, el otro sancionado. Pochettino, que tenía cara de susto en el pitido inicial, alineó a Neymar a cambio de dejar en el banquillo a Di María. Lo fio todo al tridente.


El celestial himno de la Champions encendió el Bernabéu. El césped hervía. A Mbappé le sobraba hasta la térmica. Él también estaba en llamas. El francés, un martillo pilón, bajó el suflé inicial del Madrid. En la previa, había quedado embelesado con el estadio. Como manda el canon del flirteo, ahora le tocaba a él sembrar la semilla del amor. Y vaya si lo hizo. El 0-0 pendía de un hilo. El partido parecía un ascensor con los costados abiertos. Avisaron los dos, pero los únicos guantes que aparecían eran los de Courtois. Messi y Neymar fueron el arco. Mbappé, la flecha. Con el Madrid en el alambre, el ex del Mónaco se fue de caza. Mbappé no se desmarca, embiste. Mbappé no corre, cabalga. Mbappé no chuta, da un zarpazo. Su galopada al contragolpe, que se podría emitir en los documentales de La 2, terminó en el 0-1.


El PSG tenía el partido por el mango. Estaba cómodo con la pelota, con el Messi más cerebral, amarrado a la personalidad de Paredes y sobre todo al son de Verratti, un metrónomo. Mbappé, mientras tanto, a lo suyo. Ya le habían anulado un gol en la primera parte y en la segunda, de nuevo por unos centímetros, se le invalidó un tanto con reminiscencias a Ronaldo Nazário. El Madrid estaba en la lona. Entraron Rodrygo y el dicharachero Camavinga. Nadie podía meterle mano al PSG. Parecía imposible, pero pasó.


Al Madrid le bastó recordar para remontar. Benzema empezó a decir Cariño, he encogido a los jugadores del PSG. Primero presionó a Donnaruma, que se convirtió en Karius y Ulreich para dar vida al Madrid. El Bernabéu, que estaba en coma, volvió a latir. La eliminatoria viró hacia lo anímico. Todos olieron sangre. Modric, que ha encontrado la piedra filosofal, se puso la capa, a saber si de mago o de superhéroe. Recuperó y condujo un balón con el brazo apoyado en la ventanilla del coche, continuó la jugada y citó Benzema con el gol. No fue un pase, ni siquiera una asistencia. Fue un beso con lengua.


El embrujo estaba en marcha. El tercer gol del Madrid lo pondrán en las escuelas de magia y hechicería. Sacó de centro el PSG y cuando parpadeó ya estaba 3-1. El balón lo empujó Benzema, pero marcó el Bernabéu. La última media hora, después de haber sido vapuleado durante gran parte de la eliminatoria, escapa a la lógica. El Madrid no se estudia, se disfruta. El Madrid no se entiende, se contempla. Los parisinos, que hacía poco parecían salidos de Space Jam, eran títeres en manos de la historia. El Bernabéu, que como ser vivo que es necesita comer, se alimentó de una de las noches que más le gustan. “Historia que tú hiciste, historia por hacer”, reza el himno de la Décima. Pues eso.


Imagen: Susana Vera (Reuters)


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