Ansu Fati ilusiona al Barça
- Sergio Vázquez
- 15 sept 2019
- 3 Min. de lectura
El futbolista de 16 años golea, asiste y contagia su vitalidad al conjunto azulgrana, superior a un Valencia peleón a ratos y rendido al final
"Dios, no me lo creo", dijo Ansu Fati después de marcar en el Sadar. Como sucede en la adolescencia, lo hace todo por primera vez. Debutó y se estrenó hace unas semanas, hoy consiguió su primera titularidad y su primer gol en el Camp Nou en el segundo balón que tocó. Actuó de promesa, de líder en ataque, de '9' y de '10', de goleador y de playmaker. Hizo olvidar, aunque fuera por unos minutos, la ausencia y el contrato de Messi. El chaval contagió con su desparpajo y fue el gran protagonista frente al Valencia, desnortado al inicio y en la segunda parte, marcelinesco en su mejor tramo.

El partido era una lucha por ver quién superaba mejor las ausencias: el Barça, la de Messi; el Valencia, la de Marcelino. Celades, exazulgrana que volvía al Camp Nou tras su último partido de ayudante de Lopetegui, puso en el verde un once de Marcelino. Paulista por Diakhaby fue el único cambio en el once. Valverde mostró descaro sobre el tapete. Alineó un centro del campo jugón, con Busquets, De Jong y Arthur juntos por primera vez desde el inicio. Los tres orquestaron el fútbol azulgrana, una nana con la pelota que se prolongó durante muchos minutos. En ataque, Suárez esperaba en el banco y repetían dos chavales, uno de 16 años. No hay mejor cocinero que el hambre.
Ansu Fati prolongó su sueño. Juega sin pedir permiso. A su pedalear habilidoso y recreativo hay que añadirle el punto esotérico. Nació de pie. Está iluminado, tocado por una varita. Si el otro día marcó de cabeza, hoy anotó de primeras, rematando como un miura un centro en el que Griezmann asistió sin tocar la pelota. Fati apareció donde lo hacen los nueves. De picar como una avispa pasó a flotar como una mariposa. Del área a la banda. Se puso los patines y sacó la cadena a Garay. Asistió a De Jong, más adelantado que en el Ajax, que se estrenó como goleador.
Cuando abrió los ojos el Valencia ya perdía 2-0. Intentó activarse con los calambrazos típicos de la pizarra de Marcelino. Sus delanteros corren como si les quemaran los pies. Se asomaron al área con peligro antes del gol. Rodrigo no disparó y Gameiro lo hizo mal. Eran los paréntesis en el pentagrama del Barça, sinfónico con el balón, inseguro sin él. Rodrigo leyó el desmarque de Gameiro, que engañó hasta al asistente y agudizó la sangría del Barça. Era el quinto gol recibido en tres partidos y medio. Confuso tras el tanto, el cuadro de Valverde concedió otra ocasión clara al francés, que esta vez dudó ante Ter Stegen. El Valencia llegaba poco pero bien, amenazante en la trinchera, agazapado, listo para salir escopeteado cuando el rival recarga.
En la segunda parte cambió la película. Un disparo aparentemente inofensivo lo hizo bueno Cillessen. El exazulgrana, acostumbrado a darle alegrías al Barça y a sus defensas como Piqué, siguió con la rutina y le regaló un gol al central con alma de delantero. Los minutos siguieron avanzando pero el partido se terminó en ese gol. Llegaron más porque el encuentro estaba para hambrientos, ninguno como Suárez. El pistolero marcó en las dos balas que gastó. Dos goles de lo que es, un ariete de futbolín, más efectivo cuantos menos toques hace. El primero fue especialmente plástico, un control y un disparo de parado, sin carrera, como un golpeo de golf que Ronaldinho patentó en Stamford Bridge. El Barça ya estaba desatado y el Valencia, rendido, agobiado en el campo y fuera de él. Todo es una incógnita después del vendaval, lo peor que se puede decir de un equipo que tenía las cosas tan claras sobre el césped.
A rebufo de la ilusión de un adolescente, el Barça practicó un fútbol coral y solo dejó dudas en defensa, confirmadas por el anecdótico gol postrero de Maxi Gómez. Los azulgrana ganaron tiempo gracias al presente y al futuro de Ansu Fati mientras se aclara el presente y el futuro de Messi.
Comments