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El mal de Tallón

Rafa Cabeleira dice que Juan Tallón nunca hubiera escrito Salvaje Oeste. Hace años acudí a la presentación de Fin de poema sin pensar que me compraría el libro. Una vez pagado y leído, seguía creyendo que no lo compraría. A todo el mundo le gusta Juan Tallón, solo que mucha gente no lo sabe. Todo esto forma parte de la atmósfera que rodea a Tallón, los síntomas de una enfermedad sin la que jamás hubiera escrito esta crítica. No me gusta escribirlas hasta que leo a Juan Tallón. A veces pienso que no me gustaba escribir, a secas, antes de leer a Juan Tallón. Los grandes autores te motivan a seguir leyendo pero solo unos pocos, los mejores, te empujan a escribir.

Bolaño, Vila-Matas, Fresán y Tallón ocupan lugares privilegiados en mi librería porque son de ese segundo tipo de escritores. Ellos han abierto la veda de la escritura, y, mucho antes, de la lectura. Con Tallón, ya en sus columnas veía muchas citas y ahí empezó mi manía de subrayarlo prácticamente todo. Sus escritos no los leo, los opero, una frase magnífica de no ser porque Tallón ya escribió A autopsia da novela, un libro del que tuve que escribir, como todos los anteriores. No es de extrañar que deba hacerlo también de Salvaje Oeste. Este libro que nos muestra la cara B -sin segundas lecturas- de la cinta de un gobierno. Lo que nadie ve.

En la obra de teatro Muñeca de porcelana, José Sacristán representa a un corrupto que en un momento de la obra dice: "La política es nadar entre la mierda mientras buscas el dinero de otros". Salvaje Oeste se atreve a bucear en esa mierda. En un libro que es ficción pero parece realidad -si fuera realidad parecería ficción, eso es literatura- el autor despliega un abanico de personajes que caminan sobre una novela total. Es la crónica de una época en la que cualquier decisión parecía acertada, una radiografía del poder que resulta familiar a los ciudadanos. A veces estamos más familiarizados con el gobierno que con nuestra comunidad de vecinos.

En los días previos a la publicación de Salvaje Oeste, que fueron como los días previos a la final de la Champions o al inicio del Mundial, comentaba con un amigo, mi compañero de habitación en nuestro mal de Tallón, que creía que este libro iba a ser diferente a todo lo anterior del escritor gallego. Acerté y me equivoqué. El mejor heredero de Vila-Matas no hacía de la metaliteratura y la autoficción el tema central del libro, y en eso puede que sea su escrito más híbrido.

Pero sería un error pensar que es una novela al uso, simplemente porque Tallón no es un escritor de novelas al uso. Es un escritor disfrazado de escritor, un agente secreto, un policía que patrulla por los vicios del escritor con un Renault Clio. Si decide hacer un Manual de fútbol, hablará de lo último que deberíamos saber sobre fútbol, y también lo más importante. En sus columnas semanales parece que hable de fútbol para hablar de literatura. Aquí en teoría hablaba de corrupción, quizás por eso también habla de fútbol.

En un pasaje del libro, Tallón escribe: " Un político ambicioso dejaba de hacer lo que estaba haciendo cuando ya lo sabía hacer, y se preparaba para lo desconocido, hacia lo que se movía sonriente". También esto resume el salto de lo que el escritor gallego había hecho siempre y tan bien. Sale de su zona de confort -me encantaría vivir ahí-, para ir con todo a la escritura, para, como decía César Aira, subir la apuesta, "porque si no, la literatura no cala".

Tallón escribe un libro distinto de lo que venía haciendo, un libro que, como decía Cabeleira, pensaríamos que no hubiera escrito él, de no ser por su inconfundible voz. Porque los ramalazos tallonistas aparecen en las mudanzas, en los relojes y en los trajes. Porque nos volvemos a sentar en el váter de Onetti. Porque Tallón cambia pero está. Es otra cosa pero es lo mismo. "El escritor se echó el abrigo sobre los hombros, como si fuese un país". Es Juan Tallón.

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