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El Madrid indulta a un Barça deprimido

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 17 ago 2017
  • 3 Min. de lectura

Los de Zidane, arrolladores en el inicio, agobian a un Barcelona que solo fue reconocible cuando ya no había nada en juego

La única diferencia entre Bartomeu y Gaspart es Messi. El '10', con la ayuda del tridente, lleva años tapando las inoperancias de una directiva masoquista. "El humor de Messi es el humor del Barça", asentó Xavi Torres en la retransmisión de TV3. Porque el argentino está aislado -en la ida por Kovacic y en la vuelta por sus compañeros- el Barça ya no es celestial ni tan siquiera está enrabietado. Imita a un equipo a la deriva que recibió otro severo correctivo del máximo rival, demasiado superior, un equipo elevado por el chico del momento y por Benzema, el mejor no-9 del mundo.

Con su alineación Valverde provocó que el culé se sentara a ver el partido. Se esperaba el recambio de Iniesta y otra solución en banda, pero no un 3-5-2 en el que destacaban Roberto, el hijo pródigo del lateral, y el quejoso André Gomes, el futbolista menos rodado en la pretemporada azulgrana. El Madrid saltó sin Cristiano ni Bale. Solo Benzema representaba a una BBC arrinconada por la profesionalidad de una agencia de noticias. Todo sigue siendo mérito de Zidane, a quien las sesiones de terapia siguen dando crédito en el césped. Kovacic, el jugador más determinante de la Supercopa, es el nuevo símbolo de la gestión del técnico francés.

Tanto cambio para que la vuelta empezara igual que acabó la ida. Con el Barça de rodillas y con Asensio empecinado en demostrar lo mucho que se equivocó el rival. Tuvo tiempo de pensarlo Bartomeu entre que disparó Asensio y el balón entró en la portería ante la atenta y fallida mirada de Ter Stegen. Un Bernabéu, que sí que pareció el Bernabéu, veía a un Barça asfixiado, confuso en el sistema. Era un esquema demasiado cerrado antes futbolistas anárquicos. Nadie representa mejor el verso libre que Asensio y Benzema. Inventamos que uno es centrocampista y el otro delantero porque necesitamos ordenarlos en el campo, pero ambos demandan una nueva nomenclatura: la no-posición. El francés, ayudado por la complacencia culé, anotó el segundo mientras el Barça se abandonaba a Messi de una forma grotesca.

El argentino se vio a obligado a empezar y acabar la jugada, como cuando Navas, especialmente felino, le arañó el balón. Con el título bajo el brazo, el Madrid desconectó en defensa y se abandonó a las contras, salidas trepidantes que evidenciaron que no por tener más zagueros, se defiende mejor. Ambos conjuntos descuidaron la retaguardia y el partido tornó en intercambio de golpes. Lucas, todavía en el primer tiempo, estrelló el balón en el palo tal y como hicieron Messi y Suárez en el segundo.

No le salió nada al Barça, rodeado de un halo pesimismo que borró cualquier atisbo de remontada. Un Madrid altivo miraba con superioridad justificada a un equipo deprimido, con Busquets superado. Nadie representa mejor al Barça que Suárez, un jugador pesado y legañoso al que todo lo que cuesta demasiado. Solo Roberto y Semedo, recambio de Piqué, dieron motivos para la esperanza a una afición que ya se agarra a lo que sea. Por si el Barça no tuvo suficiente, debutó Ceballos.

El encuentro terminó como lo que es, un torneo veraniego, por más que este año haya emitido un juicio claro. Para los románticos, la temporada ni tan siquiera ha empezado pero se dejan ver inercias peligrosas. La más clara es que el Madrid le ha dado la vuelta en un año y medio en el que Zidane ha ganado siete títulos. El Barça ha caído despacio, gota a gota, y sigue instalado en la duda, como el año pasado, pero ahora sin el tridente ha perdido su única certeza. Reinvención o barbarie.

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