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El Sevilla cae en la trampa del zorro

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 15 mar 2017
  • 4 Min. de lectura

Romeo y Julieta, Otelo, Hamlet, Macbeth, El rey Lear... Shakespeare escribió muchas obras que pasaron a la historia y que todos conocen, al menos, por su nombre. El Leicester está en cuartos de la Champions no tiene nombre de obra de teatro pero tiene todos los visos de una trama: un héroe, un villano, un traidor y varios giros dramáticos. Está escrita además por otro Shakespeare, desconocido hasta hace unos días. El Sevilla no pudo sentenciar la eliminatoria en su casa y pareció no querer en Leicester, la jaula del campeón de la Premier en su versión más intensa. Los de Sampaoli, expulsado y sobrepasado como Nasri, cayeron en la trampa de un equipo que solo hace una cosa bien pero la explota a la perfección. Los goles de Morgan y Albrighton, que voltearon la eliminatoria, fueron el mejor complemento de Kasper Schmeichel, amo y señor de los 180 minutos, decisivo y heroico con un penalti detenido en cada encuentro. El Leicester está en cuartos de la Champions.

Llegaba receloso el Sevilla porque en 2008 y en 2010, también en octavos, ya había tenido la oportunidad de acceder a cuartos, con la bandera de favorito enarbolada ante Fenerbahce y CSKA de Moscú. Por eso y porque había mostrado una versión diesel en los últimos partidos, unas dudas acrecentadas por los dos recientes empates ante Alavés y Leganés. El Leicester en cambio, expulsado el rey de su trono, había encadenado dos victorias con Shakespeare en el banquillo. Si había una forma de tejer una trampa, ese era el camino.

Nada mejor como hacerle creer a tu oponente que tiene el control y las mejores ocasiones, como parecía con el Sevilla, que merodeó la portería de Schmeichel con dos disparos de Nasri y Sarabia. Lo peor para los de Sampaoli es que sus disparos llevaban el mismo peligro que un intento de saque de banda de banda del Leicester, jaleado en cada atisbo de acercamiento al área de Sergio Rico. El Sevilla se dejó la autoridad en casa y los foxes sacaron los cañones y recargaban constantemente munición para bombardear una y otra vez la zaga sevillista.

Nadie se quemaba porque no veía la chispa, claro que a veces el fuego surge de dos piedras. Ese es el fútbol primitivo que practica el Leicester. Bastó una falta inocente, un centro descontrolado de Mahrez y una rodilla de Morgan para dar ventaja a los ingleses, sin que ninguno de los presentes supiera muy bien cómo. Los vigentes campeones de la Premier recordaron a ese equipo en constante combustión que escribía el guion de los partidos a su antojo. La faena ya estaba hecha y tocaba replegar.

Sampaoli quiso hacer honor a su fama de lector y corrector de partidos y metió dinamita en el campo con Jovetic, el mejor sevillista en los últimos meses, y Mariano, un lateral más completo que Mercado. Salió al menos más convencido el Sevilla, invitado por un Leicester parapetado en su área, cómodo en el cambio de los cañones a los escudos. Claro que el mejor Escudero está en el Sevilla, y su disparo al travesaño a punto estuvo de cambiar el destino de la eliminatoria, pero el Leicester, una vez más, se amparó a su efectividad en las áreas, territorio fetiche de los zorros como quedó demostrado en el 2-0.

Rami se perdió el entrenamiento de los despejes hacia los lados y le dejó un balón muerto a Albrighton, que le pegó con la pierna mala pero el alma buena, y dio más motivos al Leicester para replegarse. En el King Power Stadium ya estaban pasando la película que fue éxito en taquilla la temporada pasada. Los centrales, viejos, huraños y subidos a unos zancos, despejaban uno y otra vez los centros del Sevilla, inofensivos y sin dueño. El Sevilla parecía ya un funambulista en la eliminatoria, abandonado a su suerte en los contraataques de los de Shakespeare. El líder de la manada es Vardy, capaz de forzar faltas de la nada, de crear ocasiones que nadie imagina y de dejar al rival con 10. Nasri entró en la provocación y dejó a su equipo huérfano de mediapunta y de esperanzas. El Sevilla, una vez más, cayó en la trampa.

La herida no mató al Sevilla sino que lo asió por la pierna, tal y como hizo Schmeichel con Vitolo, suficiente para pitar penalti según el árbitro. En los 11 metros que hay del punto a la portería se podrían escribir varias novelas. La del partido podría versar sobre la maldición del Sevilla o sobre el apellido Schmeichel. Esta vez le tocó al hijo ser el héroe, no solo del partido, sino también de la eliminatoria.

Todo lo que pudo salir mal le salió peor al Sevilla. Al Leicester, en cambio, le bastó con una cosa: ser el del año pasado, pero con unos jugadores que han recuperado la confianza en su entrenador y están in love de Shakespeare, que ha escrito el relato de un equipo que ahora mismo es el decimoquinto equipo de Inglaterra pero ya está entre los ocho mejores de Europa. Y su pluma todavía tiene tinta.

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