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La meritrocacia lleva al Alavés a la final de Copa del Rey

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 9 feb 2017
  • 3 Min. de lectura

Antes de cada partido en Mendizorroza, Daniel Torres sale al campo descanso y pisa la hierba del estadio mientras habla con su gurú espiritual. El centrocampista del Alavés cuenta que La Mamá le ayudó en sus peores momentos, cuando el alcohol era algo más que un capricho esporádico. Sandra Merino además consiguió cambiar la dinámica de Independiente de Santa Fe, club en el que militaba Torres, de ahí que el chileno siga con su particular ritual. Muchos dirán que el Alavés está en la final de la Copa del Rey por esto, obviando que la fe mueve montañas solo si no hay argumentos. El obrero equipo de Pellegrino -porque es más suyo que de ningún jugador- ha conseguido un hito histórico en sus 96 años de vida gracias al tesón, el esfuerzo y el trabajo. A veces, la fórmula del éxito es bien sencilla.

Tras el 0-0 de la ida, Alavés y Celta se enfrentaban como si no hubiera habido pausa, en parte porque los gallegos no tuvieron que jugar el fin de semana. El Alavés sí lo hizo, pero fue el turno para los secundarios, que cumplieron con creces en el Molinón y elevaron todavía más la moral de los vitorianos. Tan envalentonados estaban que se intercambiaron los papeles que los analistas les habían asignado. Los locales ejercieron como tal y se parecieron al Celta, llevando la batuta del juego, mientras que los de Berizzo esperaban al más puro estilo Alavés.

Bastó una ocasión de Aspas, a la postre la mejor del partido, para agitar la coctelera y que los papeles se solaparan. El ariete del Celta, que durante toda la temporada ha visto la portería muy grande, comprobó que un portero tiene la capacidad de estirar sus brazos y sacar una mano salvadora, tal y como hizo Pacheco para evitar el 0-1. El Alavés enfermó del mal del dominador, ese que tantas veces ataca al Celta y que dice que proponer no es sinónimo de nada, y mucho menos del gol.

La afición se olvidó del susto gracias a una falta del golpeador Ibai, magnífico bombardero que envió un balón rozando el travesaño. La igualdad provocó que el torneo del KO mutara en el torneo de los puntos, y el partido se rindió al tópico que dice que la eliminatoria se iba a decidir por detalles. Y el detalle que vino fue un error del Alavés, de los pocos en la eliminatoria e incluso en la temporada, que propició otra buena ocasión de Aspas, aciago esta vez como en los 180 minutos de la semifinal.

En el césped y en las gradas se respiraba ilusión, pero no esa que te hace sonreír o estar lleno de vitalidad, sino un tipo de ilusión que te inquieta y te paraliza. A la segunda parte salió entumecido el Celta, acosado por los tres córners consecutivos del Alavés que ya inclinaban el campo. Los de Berizzo estaban incómodos, como si la camiseta les fuera pequeña, todo ello provocado por el Alavés, un miniatlético que ya encogió las zamarras -y los escudos- de Barça, Villarreal y colchoneros, mirándoles a los ojos, tosiéndoles e incluso estornudándoles.

Las ocasiones de Ibai y Deyverson confirmaban que el Alavés estaba viviendo el mejor momento de la eliminatoria. Claro que a veces el preludio de un gol no tiene porque venir de acciones claras; a veces basta con un cambio. Se marchó Toquero y traspasó su aura mágica a Édgar, que se marcó un veni, vidi, vici. Entró en el 79 y se marchó en el 93, cojo pero henchido. Entremedias, le dio tiempo a controlar una peinada de Camarasa, adelantarse a Jonny, regatear a Cabral en el área y definir ante Sergio con pasotismo, como si fuera un gol cualquiera, como si con esa acción no hubiera entrado en la historia del Alavés.

Por mucho que llamen más la atención las historias inverosímiles, hay veces que todo sigue el transcurso lógico. El Alavés se ha merecido estar en la final de la Copa del Rey. Y lo está. Ya le espera el Barça, ese equipo al que ganó en el Camp Nou cuando lo del Alavés todavía parecía una noche de verano. El destino ha querido que se encuentren el domingo en Liga, un partido telonero que anticipa otra final histórica del Alavés, 16 años después de que los hombres de Mané escribieran su gesta.

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