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¿Qué hay después de un récord?

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 24 ene 2017
  • 3 Min. de lectura

"Cuando se ha llegado a la cima, no se puede subir más. Por otra parte, es difícil permanecer en ella porque, sencillamente, allí no hay nada que hacer y lo que sí suele haber es mal tiempo".

Cita de Mijail Tal que aparece en La metamorfosis, de Martí Perarnau

Truman Capote dejó para el final de su obra literaria la que tendría que haber sido su novela más completa, algo así como el equivalente contemporáneo de 'En busca del tiempo perdido'. Acostumbrado a la brevedad de los relatos o al sacrifico de la no ficción, Capote quería contar una larga historia, que se desarrollara durante 30 años, en dos continentes y con un amplio abanico de personajes. El título, Plegarias atendidas, lo había cogido de una cita de Santa Teresa de Ávila: “Más lágrimas se vierten por las plegarias atendidas que por las desoídas”. La frase, cuenta el biógrafo del escritor, era una verdad que había comprobado con sus propios ojos: aquellos que ven cumplir sus sueños raras veces son felices. Quizás por eso había prometido que Plegarias atendidas sería el único de sus libros que tendría un final feliz. Pese a que a la obra está incompleta por la muerte del autor, cumplió su promesa. Había empezado la obra por el final.

Hay veces que es mejor empezar a hacer las cosas por el final. Es una buena forma de saber hacia dónde dirigirse. Eso es lo que es al fin y al cabo un récord, una racha de buenos resultados que siempre tiene la misma parada final: la derrota. Claro que el efecto embriagador de un récord tiende a hacer olvidar esta premisa base. El Real Madrid ha estado 40 partidos sin perder, que es como no engordar en Navidades o ver un descenso en la cuesta de enero. Zidane bajaba cada mañana a por el pan, ataviado con gafas de sol, chaqueta de cuero y un perfume que obligaba a girarse a todo el que por pasaba por el lado. El Madrid se sentía invencible porque antes de un récord está todo por escribir. Victorias, sonrisas, títulos. Es como una lista de la compra que inevitablemente acaba con una última palabra: derrota. Claro que Zidane seguía escribiendo en esa lista presuntamente infinita: rotaciones, inmunidad a las lesiones, Balón de Oro, The Best... hasta que de golpe esa lista se hace pedazos. No hace falta ni tan siquiera jugar mal, a veces basta con un gol en propia puerta y una dudosa colocación de tu portero para terminar con el récord. Y después de escalar la montaña, como decía Mijail Tal, no hay nada, solo frío, soledad y dudas.

Decía Gay Talese que cuando sus entrevistados dudaban era cuando menos trataba de interrumpir, ya que era en esos momentos de vaguedad cuando la gente suele ser muy reveladora. En esa situación está ahora mismo el Madrid, en un balbuceo constante, aturdido, mareado y sin saber hacia dónde carajo van los patos en invierno. Las lesiones aparecen en cada esquina, Benzema se imagina porterías donde no las hay y Cristiano termina las jugadas con gestos de negación cuando antes las finalizaba con un rotundo y sempiterno sí. El Madrid duda hasta de su escudo igual que el Barça el año pasado dudó de sus colores. Luis Enrique dejó el récord en 39 partidos sin perder, aunque mejor dicho el récord le dejó a él. Un Barça que iba enfilado a por el triplete sumó un punto en cuatro partidos y quedó apeado de la Champions League allá por el mes de abril, cuando las alergias y los estornudos te hacen perder títulos. Solo después de esa racha el Barça se convenció de que era un equipo nefasto, un grupo de fracasados que, después de aquella racha, ganó los últimos 5 partidos de liga con un parcial de 24-0 y conquistó los dos trofeos nacionales. Como decía Stefan Zweig, solo en el fracaso el artista conoce su verdadera relación con la obra.

 
 
 

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