Aniversario feliz
- Sergio Vázquez
- 5 ene 2017
- 3 Min. de lectura
El fútbol es un estado de ánimo y el Real Madrid vive en una felicidad continua. El Bernabéu celebraba ayer su aniversario con Zidane, no el de una amistad, ni tan siquiera el de un noviazgo, sino el de un matrimonio. El aficionado blanco se casó después de mucho tiempo, pasó la luna de miel en Lisboa, previa minicrisis rutinaria y ahora mismo es feliz y está seguro de haber acertado. Zidane es el marido perfecto.

Al francés le marcó tanto lo de 'Zidanes y Pavones' que quiere borrar esa frontera, lo que en parte es su mérito, al dar las mínimas concesiones, y también de los jugadores, que reducen al mínimo las diferencias entre el equipo A y el B. Sin la BBC, Ramos y Pepe presentó un 11 que tres cuartos de Europa firmaban tener. Claro que delante estaba uno de los equipos de moda con el entrenador mainstream del momento, la antítesis de Zidane, unidos solo por su calvicie y el amor por los minutos finales. La anarquía de la táctica contra la obsesiva pizarra, raciocinio contra pasión. Traje vs chándal. Libre albedrío frente a posesión.
Suele pasar que con las posturas maniqueas se falla y el Madrid tomó la iniciativa, el presumible talón de Aquiles blanco. El Sevilla se abandonó a la presión y acabó bebiendo de su propia medicina en un gol que puso de manifiesto las dos señas de identidad de Zidane: Casimero y la psicología. El brasileño recuperó un balón sin dueño por un error de Mercado y habilitó a James, que a Papa Noel le pidió una nueva camiseta pero a los Reyes le ha pedido quedarse como está. Lo que en otros años o en otros clubes hubiera sido un polvorín, Zidane lo solventó con una sonrisa y un "¿sabes?". Ayer le dio la titularidad al colombiano y este respondió con un disparo que se iba alejando de Sergio Rico a la vez que se acercaba al palo.
Nada mejor que un gol en el estado de Felizidane que vive el Bernabéu, con la sonrisa por delante del sistema, con un cronómetro que sigue corriendo hasta que los suyos quieren. Modric escenificó la alegría con una chilena y Marcelo, que se apunta todas, tuvo el segundo en un disparo que Sergio Rico envió a córner. Respiró el Sevilla pero ese saque de esquina fue la simiente del segundo gol madridista, obra de Varane, la apuesta de Zidane cuando no era ni candidato al banquillo merengue.
Solo se envalentonó el Sevilla después del 2-0, con poco fútbol y una clara ocasión, demostrando que no es tan fácil eso que tantas veces ha hecho el Madrid. Marcar sin merecerlo solo está a la altura de los mejores. Los de Sampaoli tuvieron alguna ocasión más para aumentar la teoría de la flor de Zidane. Con Kiko Casilla y Morata, que tuvo la ocasión necesaria para llevarse el aplauso que se merece con la presión, ya estábamos todos. Quiso sumarse Mateu en forma de penalti circense que James no dudo en apropiarse para marcar el 3-0.
Sampaoli no reconocía a los suyos con un Correa poco horneado para los grandes escenarios, con Nasri e Iborra como ausente y Ganso siguiendo fiel a su fama de jugador de minutos y no de partidos. Sarabia no le cambió la cara a un Sevilla que salió más atusado al segundo tiempo pero con las ideas poco claras. Los blancos se subieron al nuevo ritmo del partido y se sucedieron las ocasiones de Morata, Correa y Marcelo.
El Real Madrid perdió brillo tras una primera parte de 10 pero no se le escapó el control, gracias al mando de Kroos y Modric, menos exigidos por el poco rock and roll del Sevilla, abandonado a la suerte de los desmarques de Correa, siempre bien neutralizados por Nacho, mientras Vietto y Ben Yedder se revolvían en el banquillo y Kanoute, Luis Fabiano, Bacca y Gameiro hacían lo propio en casa.
Marcelo adelantó la Cabalgata para regalar un caramelo en forma de control majestuoso y prolongar la felicidad de la grada, que juró amor eterno justo después de un año de matrimonio, esos aniversarios en los que la unión parece invencible y eterna.
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