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El Barça no sabe qué ponerse

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 1 dic 2016
  • 3 Min. de lectura

Abrió el armario Luis Enrique, ese que está más lleno que nunca, y se quedó pensativo ante las mucha opciones que tenía. El traje se estaba lavando para una sobremesa de gala del sábado y era día de presumir de compras veraniegas. Quizás pensó que no convenía excederse, que tan solo era miércoles y que la compañía no merecía una vestimenta de lujo. En el Rico Pérez el asturiano lucía ataviado con un pantalón kaki, un anorak casual y un fular. Todo muy informal, quizás a medio camino entre el traje y el chándal, la vestimenta más cómoda para noches como esa.

A medio camino también se quedó el Barça, quizás porque el del Hércules era un partido de transición entre la debacle de Anoeta y la final del Clásico. La transición es un estado que te lleva de un lado al otro, que no te permite detenerte, y eso le sucedió al Barça, que parecía estar de paso por Alicante. Tantas dudas con el estilo provocaron que los azulgrana tocaran y tocaran la pelota pero sin ningún tipo de finalidad. Ni un quiebro, ni una triste repetición para los highlights. Cada pase horizontal culé representaba la falta de confianza de un equipo que duda de todo, hasta de su propia vestimenta. Y hablando de confianza aparece Paco Alcácer, que aún está pensando a dónde van los patos en invierno con cara de haberse leído una y otra vez el primer capítulo de El ruido y la furia. Al ex del Valencia le quedan las migajas de los buenos desmarques y de su intención. Alcácer no marca pero es simpático.

La primera parte fue un sopor parecido al primer envite del Barça en Copa ante el Villanovense, la primera piedra de un camino que acabó con los azulgrana levantando el título. Hubo que esperar al segundo tiempo para ver las primeras ocasiones, todas del Hércules. Gaspar, de falta, fue el telonero del musical de la defensa culé. Aleix Vidal dejó a su marca que elucubrara sobre el existencialismo y además pudo poner un centro que Umtiti y Borja miraron con atención. Digne, uno de los integrantes del fondo de armario, que todavía está muy al fondo, fue el espectador de lujo de uno de los pocos goles que se marcan con el esternón, obra de Mainz.

Empezaba el incendio y apareció Aleñá para calmarlo. Un Barça con ropa incómoda encontró la solución en un juvenil que representó a la perfección la desfachatez de una gorra con la visera hacia atrás. Su disparo lejano extrañó a todos los culés, quizás porque no sabían que ante un rival encerrado el tiro desde fuera del área puede ser una buena opción. Y fue tan buena que acabó en gol. El estético tanto del canterano parecía descorchar el dominio azulgrana y anticipar la victoria del Barça. Tanto parecía que iba a llegar el gol que no aconteció, principalmente porque el Barça volvió a mostrarse apático, incómodo, como si el partido o la ropa le molestaran. Solo una ocasión de André Gomes pudo cambiar el empate que relucía en el marcador. Cardona le añadió chispa a un Barça con las cejas arqueadas, representado en la tristeza de Alcácer, que debió soñar con el delantero del filial, más activo que él en todo el encuentro y puede que en toda la temporada.

Luis Enrique llegó a casa y se quitó su uniforme casual para ponerse el pijama, la prenda de las prendas, y se puso el despertador para no olvidarse ir a la tintorería. El sábado tiene uno de los compromisos de la temporada y ahí sí que parece tener claro qué va a ponerse.

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