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El Atlético huye de la posmodernidad

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 24 nov 2016
  • 3 Min. de lectura

El Atlético de Madrid ganó pero no lo compartió en Facebook. No lo hizo porque no iba bien vestido, ni tan siquiera sonrió en la foto final. Se volvió a mostrar como un equipo sólido pero no brillante, efectivo pero apenas vistoso. No pretendió gustar a nadie con un juego vertiginoso, solo tiró de intensidad para agradar a los suyos, a su séquito, ese que se fue contento a casa con un 2-0 y el primer puesto en el bolsillo.

En la rueda de prensa previa al encuentro, Simeone dejó claro que lo que quería era simple y llanamente ganar. En un mes en el que el Atlético ha pasado de recibir alabanza por su juego a ser criticado por traicionar su estilo, el Cholo quiso volver al pasado, alejar cualquier confusión con el estilo y volver a priorizar la llegada a Ítaca y no el viaje. Y lo consiguió.

Por muy grandes que sean las desgracias, como una dolorosa derrota en un derbi, el Sol siempre sale. Es cuando intentas lucir esas gafas que aguardaban en el tercer cajón, quieres distraerte, tomártelo bien, e incluso por un pequeño momento parece que el recuerdo se esfuma. Así salió el Atleti al Calderón, dispuesto a ahogar las penas con una victoria en el mismo escenario donde hacía cuatro días había sufrido una borrachera terrible. Pero la resaca es puñetera y puede aparecer varios días después, cuando Pereiro se quedó solo delante de Oblak. El Calderón enmudeció, el Mono Burgos perdió algunos gramos de peso y Simeone empezó a sudar. Antes, los colchoneros solo habían creado peligro con un disparo fallido de Gameiro y un acercamiento de Griezmann.

Lo cierto es que el Atlético se volvía a mostrar como un equipo con el ceño fruncido, sin grandes alardes, a excepción de cuando se desata Carrasco. El belga, que es el jugador líquido de un Atlético sólido, se citó con el rival en un córner, esa zona del campo que parece un acantilado. Le preguntó que cómo estaba, y le sugirió que se peinase porque iba a salir en los highlights. No le dio tiempo ni a atusarse el flequillo cuando Carrasco ya le había hecho el lío en un regate que espoleó al Calderón.

En el segundo acto, la presunta inocencia del Atlético animó al PSV, ese equipo tan parecido y tan distinto al del año pasado, a intentar proponer con el balón. Tuvo una posesión larga, en la que los jugadores holandeses parecían estar contándose su fin de semana, algo que el Atlético no quería ni escuchar, pues su nueva vida había empezado el lunes. Un robo, una carrera y un gol de Gameiro. Atlético en estado puro, el que saca el espejo mágico, no ese que dice lo guapo que es uno, sino que le grita las carencias al rival.

El fútbol con dos piedras volvía al Calderón en su máxima esencia. En tres cuartos volvió a recuperar Tiago, símbolo del Atlético apocado, asistió a Griezmann que marcó gol, una antesala de su celebración de meñique y pulgar. Como antaño, el partido duró 75 minutos porque los locales ya habían echado el telón aunque hubiera un público que aprovecha cada miga de bocata en el Calderón, sabiendo que la mudanza está próxima y que hay mucho que llevarse. Los recuerdos de este año en Champions todavía están por construir.

El Atlético de Madrid ganó pero no lo compartió en Facebook. Fue un equipo taciturno, cartesiano, el amigo que no bebe, sectario, que no cae bien a muchos, pero que un día se confundió al recibir alabanzas y pecó de postureo. Ayer salió con chándal y a las diez y media estaba en casa con la faena hecha.

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