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Luz de agosto

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 20 jul 2016
  • 3 Min. de lectura

Pocas veces hablo de la foto porque prefiero que lo haga ella, con sus propias palabras, escuetas pero certeras que se deslizan a través de una sonrisa sibilina. Hoy, sin embargo, voy a intervenir porque considero justo explicar que me voy de vacaciones, o no del todo, pero sí que voy a descansar. Bueno, tampoco, el que va a descansar realmente es este pintoresco panfleto al que tanto cariño le tengo. La foto, a lo que íbamos, representa el goce de llevar la contraria, ya sea por descansar mientras otros se estresan -el caso de Alonso-, o de trabajar mientras otros disfrutan de su agosto, que ahí es donde entro yo. Qué más da, la cuestión es llevar la contraria.

Las vacaciones significan para muchos un martirio solo salvado por el descanso ajeno. Billy Wilder nos enseñó en La tentación vive arriba que los indios, pobladores originarios de Manhattan, enviaban a sus mujeres e hijos a la orilla del mar en verano para evitar el calor mientras ellos se quedaban trabajando. O al menos lo intentaban, como también lo intentó 500 años más tarde el bueno de Richard Sherman. Tom Ewell encarna a un cabeza de familia que se queda en la calurosa Manhattan trabajando mientras su mujer y su hijo pasan el verano en Maine. Ni el bochorno, ni el trabajo ni su despierta imaginación son sus peores enemigos, o no al menos desde que aparece Marilyn Monroe en el piso de arriba.

El peor negocio es pasarte meses anhelando unas vacaciones y que luego se cuelen dos chavales de blanco, con un punto sádico, obsesionados con las pelotas de golf y guiñando constantemente el ojo a una cámara que no se puede ver. Para eso, perdónenme, prefiero matarme a trabajar. Quizás incluso lo prefiero antes que unas vacaciones idílicas, que cuando todavía no han empezado parece que nunca vayan a acabar. De hecho, el mejor momento de las vacaciones son las últimas horas de trabajo. En la víspera todo parece un abismo de felicidad que se convierte en espejismo al día siguiente. No llevas un día de vacaciones y ya puedes sentir el tic-tac del reloj, la fatídica cuenta atrás, la canción de la vuelta al cole de El Corte Inglés. "Ya solo me quedan 30 días", te dices a ti mismo, y lo peor de todo es que mañana serán 29. Una agonía que alcanza su clímax en el último día de las vacaciones, cuando yaces en tu sofá o en tu lecho de muerte, que podría ser lo mismo, y parafraseas a Oscar Wilde segundos antes de morir: "Estas cortinas me están matando". Para eso, repito, prefiero llevar la contrario en agosto.

Trabajando o no, muchos asocian las vacaciones a sol, piscina, quemaduras, aunque para otros, entre los que me incluyo, es una larga travesía sin fútbol. El maillot amarillo y la medalla de bronce son más veraniegos que las chanclas con calcetines, mientras que la Liga marca el inicio del otoño. No importa que se vislumbre esa luz de agosto de la que hablaba Faulkner, que vayas a la playa y te hayas levantado a las 12 del mediodía, que se han convertido en las 12 de la mañana. Si es sábado y hay Liga ya no es verano, con la subsiguiente depresión que eso provoca a los que tienen que volver al trabajo. Quizás el secreto está en vivir siempre como si la vida fuera una vacación y en pasar ligeramente por ella. Ese era quizás el objetivo de Truman Capote cuando bautizó a uno de sus personajes, interpretado por Audrey Hepburn -él siempre quiso a Marilyn Monroe-, como Holiday Golightly.

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