El llanto de Cristiano
- Sergio Vázquez
- 11 jul 2016
- 4 Min. de lectura
Dicen la mística, el esoterismo el tarot o no se sabe muy bien quién, que si te sigue una polilla es porque eres buena persona, con una luz interior que atrae a los insectos, una energía positiva resplandeciente por muy mal que lo estés pasando. Estaba hundido Cristiano, yaciendo desconsolado sobre el verde cuando una polilla se le posó en las pestañas. Primero lloró Dios y luego lloró Cristiano. Lo hizo hasta cuatro veces, primero cuando sospechó que se perdería la final a los 20 minutos, y luego cuando lo confirmó. Los dos llantos de tristeza fueron contrarrestados por los dos llantos de alegría. Lloró cuando sospechó que iba a ganar su primer título con Portugal y lloró también cuando lo confirmó. Seguramente no fue quizás su guion soñado, más que nada porque no estaba él y sí Éder, héroe inesperado, testimonial en toda la Eurocopa y hasta en toda la temporada. Su latigazo en la prórroga desperzó un partido rudo, acorde con un torneo insuficiente en que las dos selecciones finalistas llegaron de puntillas. Francia pecó de vértigo y no ganó la Eurocopa aunque sí cosechó un trofeo intangible que tienen todos los grandes equipos: una decepción hogareña. Brasil y la propia Portugal sufrieron en sus carnes lo embarazoso que es que sea el invitado el que se va triunfante de tu casa. Y sin haberse vestido con sus mejores galas.

Pareció no haber separación entre los himnos y el partido, a pesar de la aclamada cuenta atrás y de la doble interrupción de Nani. Primero se mostró reacio a sacar y luego se asomó al balcón francés con un disparo cruzado. Fue el primer y casi único aviso de Portugal, porque antes y después Francia dominaba a su antojo, como si todavía estuviera cantando La Marsellesa. Portugal achicaba agua, tanta que se resbaló Pepe en salida de balón, Payet la cazó y toda la jugada fue para enmarcar. El del West Ham telegrafió el pase a Griezmann, cabeceador como pocos pese a su estatura, y Rui Patricio voló evitando el primero. Francia estaba ya jugando mejor que en toda la Eurocopa, por mucho que los diez primeros minutos frente a Alemania también fueran imponentes.
Antes que para dar ese preciso y precioso pase apareció Payet para robarle un balón a Cristiano, luchando por él con la furia que se espera en las finales. No fue ni falta pero la jugada fue desafortunada, tanto que Cristiano quedó resentido. Aguardó en el campo auscultándose a sí mismo hasta que se tiró al suelo y lloró desconsoladamente. Lloró igual que en 2004, demostrando que ni los goles ni sobre todo los años son un impedimento a las lágrimas. Aquella vez lloró porque Portugal perdió su final, y ahora lo hacía porque él se la perdía, pero también porque mermaba y mucho las opciones de su selección. Tras un intento fallido fue sustituido y sus lágrimas dejaron paso a las de Quaresma, tatuadas como una cicatriz sempiterna. Portugal había perdido la final, pero se consolaba y hasta se sorprendía mirando el marcador.
Francia respetó el luto y se contagió, como si ganar a Portugal sin Cristiano no fuera suficientemente meritorio. Sissoko con su despreocupada alegría y Rui Patricio llevaban las riendas del velatorio. Se resintió Francia y se resintió el espectador neutral porque se esfumó cualquier atisbo de finalísima. Al final la que menos perdió fue la propia Portugal, más ordenada con un 4-5-1, maquinando un ejercicio de supervivencia, como cuando jugabas a ver quién aguantaba más sin respirar. De momento llevaba ya 45 minutos porque Francia no supo rehacerse a la lesión de un rival. Tan bizarro como comprensible.
Sissoko era el único argumento francés, y el primero que se dejó ver en el segundo acto. El segundo ya fue Coman, que sustituyó al decreciente Payet. Portugal se supo ordenada y Francia ahora sí tenía asumido que le iba a costar, que el envite se presentaba de enjundia aunque no estuviera Cristiano. Pese a su condición de final, el partido nos hizo cavilar, pasar del balance del pobre torneo, acorde con la última migaja de fútbol de la temporada. Solo Coman nos despertaba del letargo, asistiendo primero a Griezmann, que remató alto, y luego a Giroud, topándose con Rui Patricio, el mejor de los portugueses. A Portugal le bastaba con alguna contra y con buscar centros huérfanos, con el balón despistado, preguntando dónde andaba ese jugador que le acariciaba con su frente.
En Francia entró Gignac y Éder lo hizo para Portugal. Santos se parecía al niño que, montado feliz en su bicicleta gritaba aquello de "mira mamá sin manos, mira mamá sin piernas". Antes de sustituir a Renato por el patizambo Éder, sustituyó a Adrien Silva por Moutinho. Estaba por ver si el entrenador portugués también se quedaba sin dientes. No lo pareció porque Portugal dio un doble mordisco, primero con un centro de Nani que Lloris hizo peligroso y luego con una chilena de Quaresma que el meta del Tottenham neutralizó. A los envites portugueses respondió el contestón Sissoko, que hizo lucirse de nuevo a Rui Patricio.
Éder daba oxígeno a Portugal, demostrando lo importante que es tener un delantero centro y lo mucho que lo echó de menos Alemania. Gignac también tuvo protagonismo, disfrazándose de Robson-Kanu y estrellando su disparo en el palo. Él fue el último que pudo evitar lo inevitable, una prórroga que solo parecía la precuela de los penaltis. Pero ahí estaba Éder, ofreciendo una masterclass de bajar balones, sacando más petróleo que Daniel Day-Lewis en Pozos de ambición. Le dio tiempo a protagonizar el remate más peligroso de la primera parte de la prórroga y, ya en la segunda, a forzar una mano de Koscielny aunque el balón impactara en su propia extremidad. Quaresma era el lanzador perfecto y quizás por eso disparó Guerreiro, mandando la pelota al travesaño. Mientras Portugal se lamentaba y Francia se santiguaba, volvió Éder, ya desencadenado, para conectar un disparo que se antojaba gol nada más salir de sus botas. Su primer gol oficial con Portugal era ya el más importante. Cristiano lloró en el gol y lloró cuando acabó la final. Lágrimas apenas separadas por sobresaltos, ya que Francia no tuve empuje ni para un último arreón, obnubilada por cómo se le había escapado su Eurocopa.
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