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Eso ya no se lleva

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 29 jun 2016
  • 3 Min. de lectura

"Tener estilo es saber quién eres, qué quieres decir y no importante nada un diablo". Gore Vidal

Cuesta identificar a ciencia cierta el momento exacto en que algo pasa de moda. Una temporada, un mes o puede que un día bastan para que tus pantalones, LOS pantalones, anchos y con agujeros estén más caducados que el yogur arrinconado en la nevera. Al principio no sabes por qué pero la gente te mira y hasta parecen llamar a la policía. Cavilas hasta que alguien sincero te dice: "Dónde vas con eso, si ya no se lleva". Ahora sabes que es la última vez que te pondrás esos pantalones, antaño magníficos y hogaño asquerosos. Ahora lo entiendes. Pero la hostia ya te la has llevado.

Hubo un tiempo en que el tiki-taka estaba tan de moda que era la única vestimenta posible. Los que defendían el pase horizontal se pavoneaban en las discotecas y presumían de que su equipo daba más pases que nadie, se contaban los toques antes de llegar a gol, hasta se intentaba que el último chute no fuera un disparo, sino un pase a la red. Era la única forma legítima de jugar. Atrás quedaban aquellos tiempos en los que un pase al guardameta desencadenaba un concierto de pitos. Todo vuelve. Porque la moda es traicionera pero siempre regresa. Si volvieron los pantalones de campana, los de pana o hasta las gafas Ray-Ban, cómo no va a volver el fútbol primitivo. Por fin volvemos a escuchar en bares o cabinas de retransmisión -en serio, hay diferencias-, ese mítico "¡¡Chuta!!" cuando el futbolista apenas se ha asomado a la balaustrada del área. Se acabó el tiempo de los herejes que se atrevían a plantar un muro defensivo, de los que blasfemaban contra el 80% de posesión. Ellos son ahora los profetas.

El tiki-taka ya no se lleva y no se sabe exactamente desde cuándo. Decía Oscar Wilde que la moda es una forma de fealdad intolerable, tanto que hay que cambiarla cada seis meses. Quizás por eso hasta los acérrimos defensores del estilo pausado hayan decidido cambiar de traje, de color al menos. En un artículo de El País, Ladislao Moñino teorizaba sobre la pérdida de toque en el centro del campo de la Selección española en favor de una activación más vertical en ataque. Más significativo es el caso del Barça, con el campo inclinado hacia al área contraria, subido al contraataque, el Belcebú de los años de Guardiola en Can Barça. A ambos equipos, otrora máximos representantes del fútbol de toque, les une Iniesta, mareado antes por las curvas, pero acostumbrado ya a los vaivenes gracias a la montaña rusa a la que le empuja la MSN. Sería una falacia decir que tanto España como el Barça no quieren dominar el balón, sometiendo al rival. Pero también es cierto que tienen menos paciencia, el balón parece quemarle en los pies, como si tuvieran miedo de que les pitaran pasivo, o peor aún, de que les pitara el populacho.

El anticuado tiki-taka parece desfasado no solo por la mutación de sus defensores, sino también por la reciente escasez títulos, privados por las antítesis. Si en un lado está el Barça en el otro está en el Atlético de Madrid, y si España se alía con los azulgrana, Conte podría ser perfectamente el primo italiano de Simeone. A ambos les une, aparte de una alopecia superada, haber dejado en el camino a equipos que se presuponían excelsos, gracias a exprimir a jugadores y sacarles todo el jugo y hasta la pulpa. No buscan tanto un estilo que impregnar a sus jugadores, sino que reclutan lo que buenamente pueden y a partir de ahí trazan una hoja de ruta. Recuerdan a Moustache, el camarero en Irma la dulce, que se apodera del apodo porque al comprar el bar el establecimiento ya tenía ese mismo nombre y era mucho más barato dejarse bigote que cambiar el cartel. Adaptarse o morir.

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