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El llanto de Dios

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 27 jun 2016
  • 4 Min. de lectura

Que el fútbol no siempre es justo es una perogrullada. Siempre nos queda pensar que todo pasa por algo, que el Dios del fútbol toma sus decisiones que una intención difícil de entender en el presente. Ayer este Dios no elegía, sino que decidía, enfundado en un traje a rayas azules y blancas, escondido tras una barba que parece humanizarle. Pero no nos engaña. No es humano. Nos lo ha hecho creer este año con los penaltis, su único escape para decir que es de la misma raza que el resto. Se ha buscado una buena coartada, la única fuga por la que se puede ganar enemigos. Teledirige faltas, borra rivales y ahora hasta lideraba rodeado de unos compañeros que en nada se parecen a los que le rodean en Barcelona. Intentó quitarse la espina más puntiaguda, le puso más empeño que nunca, erigiéndose como el mejor del encuentro y hasta de la Copa América. Cristiano lanzó el último en Milán y ayer Messi lanzó el primero, quizás porque no quiere ningún foco, quizás porque quería quitárselo de encima. Lo hizo tan fuerte que se perdió en la grada. No consiguió el objetivo de campeonar con Argentina, aunque sí que hay muchos que hoy piensan que es humano por esa manía en fallar desde los once metros. A otros, amigo Leo, no nos engañas.

Hace tiempo que el fútbol sudamericano está de capa caída, dejando el balón en favor de la testosterona, sacrificando la táctica por la intensidad. Se demuestra en las ligas, que a lo sumo son escaparates para los grandes de Europa, y también en la Copa América, donde los grandes partidos son los más enfangados. El encuentro fue un accidente de fricciones constantes que contó con el protagonismo del árbitro. El lampiño juez aceleró un partido que en la primera parte ya acabó diez contra diez. Argentina procrastinó y no aprovechó su efímera superioridad lo que a la postre, y en los postres, lamentaría.

Sabedora de que no siempre es como acaba sino a veces de como empieza, a los quince segundos Argentina ya se asomó a portería con un disparo lejano de Banega. Se sacudía la presión la albiceleste, más exigida por los suyos, mientras que la presión en el campo la efectuaba Chile. Pronto el partido tornó en intenso, es decir, interrumpido y con entradas al límite que pagaban los jugones como Alexis y Di María. El fideo acariciaba sus débiles músculos y Messi hacia lo propio con su barba, expectante si no nervioso. Apareció el '10' en una falta que él mismo provocó, sin consecuencias inmediatas para los chilenos. Sí que supuso el aterrizaje de La Pulga en el encuentro y los mejores minutos para los suyos.

Messi provocó la primera y la segunda amarilla para Marcelo Díaz, atosigado desde el principio. Entre ambas cartulinas Higuaín, el hombre de las pequeñas citas, falló la mejor ocasión del encuentro. No estábamos en Brasil, Kroos no regaló el balón y no estaba en juego el Mundial. Cambio de escenario pero mismo resultado para El Pipa, con la pipa desviada, que recibió un pase involuntario de Medel. Higuaín, con tiempo de leer La metamorfosis y hacer una reseña, erró la ocasión como lo hizo en el Mundial. El hombre capaz de marcar 36 goles en el Calcio, un hito histórico hasta la fecha, no pudo anotar un gol de parvulario.

Del drama pasó a la alegría Argentina por la expulsión de Marcelo Díaz. El camino de la albiceleste pareció allanarse, tanto que olvidó sus mejores minutos y emplazó la victoria para el segundo tiempo. Claro que para esas ya iban a estar diez para diez, en parte por la irresponsabilidad de Rojo, que iba a hacer honor a su apellido, en parte por el árbitro, que pasó de juez a acusado y acusador.

Los giros dramáticos propiciaron un cambio en fondo, porque ya eran diez para diez, y en forma, porque Chile intentó llevar la batuta. Pareció mejorar el partido, algo que no era difícil. Acontecieron sendos disparos de Aránguiz e Higuaín, estilete de una Argentina que no se disgustaba por tener que esperar antes las carencias creativas de Martino, rendido al dar entrada a Kranevitter por Di María. El cronómetro amenazaba con aniquilar un fallo y el partido entró en stand by, sin noticias de Alexis y Vargas y con Messi empeñado en subirse al partido, en dar la talla como solista dentro de una orquesta poco entonada. El árbitro mostraba las amarillas pero era Messi el que las provocaba.

Aún se permitieron algunas licencias, Chile con ocasiones de Vargas y Beausejour, y Argentina con Messi tirando de una carretilla a la que no se subía ni Agüero, que salió al campo con las mismas botas que Higuaín. Ninguno evitó la prórroga, que dicen que es para valientes, aunque esta fue para los porteros. Romero le sacó un cabezazo a Vargas y Bravo se puso celoso. El portero del Barça se erigió como héroe al realizar la parada del campeonato a Agüero, contagiado de la mediocridad de los suyos.

Los porteros tenían la oportunidad de certificar su heroicidad en los penaltis, aunque no fue una tanda de héroes y sí de villanos. Falló Vidal, el mejor de Chile, y falló Messi, el mejor del mundo. Lo demás parecía atrezzo y dicen que Chile ganó la Copa América, pero lo importante es que Dios lloró. Lloró Messi, lloró Argentina y lloró Barcelona.

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