Los hijos de Lajos
- Sergio Vázquez
- 22 jun 2016
- 3 Min. de lectura
Por mucho que en Cinema Paradiso Alfredo le dijera al ya crecido Salvatore que la vida no es como la ha visto en el cine, es un placer ligar una trama vista en la gran pantalla con la rutina diaria o con el fútbol, que más o menos viene a ser lo mismo. Tirando de gatillo fácil, este último año será recordado como el despertar del fútbol húngaro así como el crecimiento del cine magiar. El hijo de Saúl ha sido uno de los descubrimientos cinematográficos del año por su fondo y por su forma. Gracias a László Nemes, que no es el mediocentro de Hungría pero sí el director de la película, ya se vislumbran los goles del combinado de Storck en un angustioso plano secuencia. En la oscarizada cinta, Saúl adopta un hijo ya muerto para aferrarse él a la vida, igual que el espectador neutro se engancha a Hungría para sobrevivir a la Eurocopa o a un nimio sábado. Se antojaba aburrido hasta que Hungría dio un paso de gigante para acercarse a unos octavos de final que hoy podrían ser una realidad.

En Hungría ya casi se habían olvidado de la existencia del deporte rey porque hacía un tiempo que no se pavoneaban por Europa ni por el mundo. Su última aparición en un gran campeonato fue en el Mundial de 1986. El coletazo final de aquella selección lo dio Lajos Détári, último goleador de su selección en el Hungría-Canadá. Unos años antes, en la Eurocopa de 1972, otro Lajos, Ku en este caso, anotó el primero, el último y por tanto el único gol de Hungría en la Eurocopa a cuatro que también disputaron Alemania Federal, Bélgica y la URRS. Ni que decir tiene que Hungría quedó cuarta y última clasificada. Casi 30 años después la selección nacional se había mantenido en la sombra, pasando de incógnito por una fase de clasificación en la que Hungría fue tercera por detrás de Rumanía e Irlanda del Norte. La repesca les emparejó con Noruega, el último escollo superado antes de plantarse en Francia con una maleta llena de ilusión.
Con apenas dos partidos disputados ya han presentado su candidatura ser el "Leicester de la Eurocopa", aunque con un fútbol más apetecible de ver. Lo que sí une al campeón de la Premier y a una de las revelaciones del campeonato son unos ingredientes para afiliarse a su causa y aglutinar a un séquito de seguidores otrora neutrales. Más importante que grandes jugadores son las disruptivas pero mundanas historias. El Gorrión Supremo explica en Juego de Tronos que los ricos odian a los pobres porque estos les muestran cómo serían sin su fino atuendo, cómo olerían los ricos sin su caro perfume. Todo lo contrario ocurre con Hungría, en quien el espectador medio halla un espejo del triunfo humilde en el que fijarse.
Solo necesitamos a un portero que no lo parezca y que luzca unas pantalones con los que pasearíamos a nuestro perro en una fría mañana de enero, un mediapunta de nombre impronunciable que no querríamos encontrarnos en un callejón oscuro y un delantero que no marcaba desde octubre de 2014. Ya hizo mucho cuando Hungría se clasificó para la Eurocopa, se dirigió a un bar en Budapest y pagó una ronda de Pálinka -algo así como el aguardiente húngaro- a las 200 personas que allí aguardaban. Cuando al día siguiente trascendió la generosidad de Szalai, protagonista de la gesta, el héroe confesó que no lo recordaba.
Esta misma tarde Hungría se juega el pase ante Portugal con la trampa que supone haberlo hecho de maravilla hasta ahora pero no haber sellado el pase. A su favor tiene Hungría que ya han salvado el honor, que cualquiera de sus jugadores podría intercambiarse la camiseta con Cristiano. Hay que recordar, como dice Saúl, que antes de la Eurocopa estaban muertos. Pase lo que pase, parafraseando de nuevo a Alfredo, ya no oiremos hablar a los húngaros, ahora, oiremos hablar de ellos.
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