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Fútbol y letras, fútbol y números

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 21 jun 2016
  • 3 Min. de lectura

"Soy un negado para las matemáticas; sé sumar, más o menos, pero no restar, y por tres veces me suspendieron en álgebra de primer año, aun con la ayuda de un profesor particular."

Truman Capote, Música para camaleones.

La Eurocopa del estilo difuso y los goles postreros -o potreros- me está transportando a mi verano postselectividad. Después de esas vacaciones no había nada y lo había todo, dejando atrás la bochornosa adolescencia. Sustituías mochila por bandolera, chanclas por alpargatas y amigos por desconocidos. Tu vida solo iba a cambiar en que la universidad estaba bastante más lejos que el colegio, pero parecía una reencarnación, un Nirvana al que no llevabas nada salvo la decisión más importante de tu vida. Números o letras. Cualquier decisión era reversible, desde una novia mal escogida hasta una carrera engorrosa, pero nadie entendería un cambio de disciplina. Los padres prefieren que sus hijos se droguen a que se muden de la Filología hispánica a la Física. Escoger ciencias o humanidades es como cuando Neo tiene que elegir entre la pastilla azul y la roja: ya no hay marcha atrás.

El fútbol también divaga entre los fríos números y las pasionales letras. Los de la pluma de oca y la máquina de escribir -nos gusta que nos llamen así aunque escribamos a ordenador- intentamos llevarnos la pelota a nuestro terreno, comparando crónicas con la Odisea de Homero o empeñándonos en comparar el partido con la última película de Nolan. Le susurramos al oído que con nosotros nunca le van a faltar bonitas historias, que podemos detener el balón, ralentizarlo al menos, y hacer que la hierba huela a mojado través de la pantalla. En definitiva, le vendemos la moto, que en eso somos especialistas. Hasta que llegan los números. Las matemáticas, en su sencillez, siempre ganan. Te aniquilan con silenciador mientras lucen una sonrisa sibilina. Bastan cinco segundos para darte la respuesta, algo que los de letras quizás deberíamos aprender.

Los veranos, como en las épocas de los cuadernos Santillana, siempre estrechan relaciones entre fútbol y números. Más todavía en esta Eurocopa, donde hay que hacer un curso acelerado en derivadas para conocer todas las combinaciones posibles. ¿Qué tiene que pasar para que Albania sea tercera? ¿Cuál puede ser el rival de España en octavos? ¿Cuántos partidos tiene que jugar Iniesta con el Barça para que se reconozca su valor tanto como con España? Cuando a los de letras ya nos ha petado la cabeza, nos ha quedado clarísimo que la parte contratante de la primera parte será considera como la parte contratante de la primera parte. El fútbol antes se veía con patatas y amigos, mientras que ahora se acompaña con Twitter y calculadora. Y encima no nos sirve para nada, igual que en aquellos exámenes de matemáticas en los que la profesora, con el pelo milimétricamente rizado y con un carácter exponencialmente huraño, dejaba utilizar la maquinita, sabedora de que no te iba a descubrir a qué hora salía el dichoso tren de Valencia.

Homer Simpson dice que hay tres tipos de personas: los que saben contar, y los que no. No es que ignore el tercer grupo por su limítrofe inteligencia, simplemente sabe de sobras que el tercer grupo somos los de letras. Por suerte o por desgracia, lo vamos a ser toda la vida. Mientras otros se llevarán las manos a la cabeza porque a esa hora de la tarde Portugal estará eliminada y Hungría será primera de grupo, otros cavilaremos en un artículo intentando relacionar a la selección húngara con la película El hijo de Saúl. Y lo conseguiremos.

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