Mariano, sé fuerte
- Sergio Vázquez
- 19 may 2016
- 5 Min. de lectura
Se ha hablado mucho de los dos tipos fútbol, como las dos Españas, pero reparando en lo estrictamente táctico. Hay partidos que se ganan exclusivamente con la cabeza. Solo así se explica que el Sevilla sobreviviera al primer tiempo y firmara un segundo acto diametralmente opuesto, colosal, en el que el Liverpool ni tan siquiera aconteció. Quizás pensaron los reds que con 1-0 les servía, pero el Sevilla es un equipo campeón, por quinta vez para ser más precisos. Emery removió la pócima en el descanso y dio un sorbo a cada uno de sus jugadores, haciéndoles creer que jugaban en el Pizjuán, donde este año se han mostrado intratables. El mejunje transformó en héroes a Mariano, asistente de Gameiro en el primero y a Coke, que se marcó dos zarpazos haciendo buena, por enésima vez, la táctica del doble lateral de Emery, como el que pide un whisky doble. O triple, como las tres Europa Leagues que el vasco ha cosechado para el Sevilla.

Se presentaban ambos equipos en Basilea sin haber perdido ninguna final de Europa League, algo que, en principio, iba a cambiar sí o sí. El Sevilla salía de visitante, atrayendo los malos augurios de una temporada manchada por los desplazamientos en Liga. Como en casa, con pantuflas y pijama, en ningún sitio. Si Emery se ponía algún traje, era el de la Europa League. Le queda ceñido pero no apretado, luce esbelto pero no altivo. Al Liverpool se le hizo la temporada corta, entre la marcha de Rodgers y la adaptación de Klopp, revitalizante de jugadores y grada. Sonó la bocina sin que los reds alcanzaran plaza europea. La última ocasión de conseguir billete Europa era ganando esta final. Es un buen momento para agradecer el invento de que el ganador de la Europa League vaya a Champions. Después de la tostadora, probablemente sea la mejor invención del hombre.
Se esperaba a un Liverpool alocado y un Sevilla con más porte, sereno, alabado por su reciente experiencia. Se notó sin embargo que era una final y ambos salieron nerviosos. La vital diferencia es que al Liverpool le convenía la hiperactividad. Se notó porque se acercó tres veces el Liverpool, todas ellas por el costado derecho, donde a Escudero le clavaban la espada ante el doble lateral de Emery en la otra banda. Una de las incursiones demostró que además de Escudero también flaneaba el árbitro, millonario sueco, que ejerció de Tío Gilito al regalarle a Carriço el perdón de un penalti disimulado, sibilino, pero evidente, siempre visto desde el sofá.
STURRIDGE AVISA, STURRIDGE BAILA
Solo fueron avisos, pero los minutos sentaban mejor a los reds, más cómodos, como su técnico, ataviado con un holgado chándal, no como Emery, a quien parecía apretarle la corbata. Le costó hasta tragar saliva cuando Sturridge recibió un pase (in)filtrado y no pudo superar a Soria, último escollo antes de la gloria.
Tuvo el Sevilla un par de córners e incluso una buena ocasión de chilena para Gameiro, por fin presentado ante el balón. Solo fue un pequeño oasis antes de morirse de sed. Coutinho también tocó su primer esférico y solo necesitó imprimir su calidad para asistir a Sturridge. Lo que era un pase lo convirtió el inglés en asistencia. Recibió en la izquierda, donde lo lógico para un zurdo es irse hacia afuera y disparar. Pero la lógica no atiende a los jugones y Sturridge es uno de ellos, diezmado en su carrera por las continuas lesiones. Dibujó un disparo imposible con el exterior, trazando una rosca dolorosa para el guardameta del Sevilla, indefenso ante la obra de arte.
El gancho dejó en la lona a los hispalenses y el Liverpool no dudó: se echó encima y trató de estrangularlo. Iban perdiendo aire los de Emery mientras el Liverpool acechaba el área, no hilvanando, ni mucho menos, sino simplemente robando muy cerca de donde tenía que definir. Lo hizo en un córner pero Sturridge estaba en fuera de juego. Se estaba ahogando ya el Sevilla, con los ojos enrojecidos y la cara casi azul hasta que tres pitidos le permitieron zafarse del bigardo rival, asfixiante, hasta cansino sin dejar que la teórica superioridad técnica hispalense se impusiera en el primer tiempo.
LA VUELTA SE JUGÓ EN EL PIZJUÁN
Gol de Gameiro. Una crónica es crónica porque es cronológica, y eso es lo primero que pasó en el segundo tiempo. Casi antes que el silbato del árbitro. Mariano, escondido tras su nombre mundano, cazó un balón indefenso, los más cabrones, y se escurrió entre dos rivales, caño incluido, al (ex)sevillista Moreno. Hizo lo difícil y también lo fácil, sirviéndole el gol en bandeja a Gameiro, quien solo tuvo que empujarla. También sabe hacer eso el delantero francés. Aunque lo que mejor se le da es galopar, como cuando se subió encima de la pelota que le sirvió Banega. Solo Touré, que es el mayor pero parecía el hijo, evitó el 2-1. El guión era otro, antagónico, parecía una final de ida y vuelta, no por las hostilidades, sino porque el Liverpool simuló primero ser local, imponiendo el ritmo Premier y engañando al Sevilla, haciéndolo creer que jugaba fuera de casa. La segunda parte empezó jugándose en el Pizjuán, haciendo bueno el discurso de Emery.
Pudo pensar por fin al Sevilla y llegó a la conclusión de que no había que complicarse la vida. A veces basta con un saque de banda, una prolongación de N'Zonzi y un disparo mordido de Gameiro. A veces, pero no está vez porque apareció Mignolet, fuerte en los reflejos. Siguió pensando el Sevilla, y pensó entonces que por qué no complicarse, ahora que podía cavilar e incluso filosofar. Paso de discutir sobre Supervivientes a comparar el estilo de Hemingway y Faulkner. Trenzó una maravillosa jugada con Vitolo de protagonista, engañando a todos, incluso a sí mismo, cuando lo que era un regate, otra vez caño incluido, acabó en asistencia a Coke, que emergió de la nada para conectar un disparo certero para confirmar el 2-1.
Hay quien incluso se asomó al vestuario del Liverpool por si no habían salido al terreno de juego. Allí no había nadie, así que, por descarte, tenían que estar en el campo. Se tambaleaba el Liverpool, su Mr. Hyde del primer tiempo, también negado en la fortuna hasta tal punto que un trampantojo de asistencia acabó en Coke, que de nuevo se había escondido, para firmar el tercero ante la incertidumbre de una decisión arbitrar difícil que, finalmente, fue solventada a la perfección.
Quedaba por ver si sacaba la bestia el Liverpool, como contra el Manchester United, como contra el Borussia Dortmund, como contra el Villarreal. Como siempre que iba por detrás en Europa League, vaya. La diferencia es que ya había estado delante, ya había palpado la gloria. Eso y el rival, con gen de campeón, el que le dieron las copas anteriores, también presentes ayer en la alineación sevillista. Si el Liverpool despertó del letargo lo hizo como el que despierta de la siesta, con dolor de cabeza y con ganas de que llegue otra vez el momento de dormir. Si no hubiera sido una final, se podría decir que el Sevilla ni sufrió.
Vistió sus mejores galas el Sevilla, hastiado durante la temporada regular pero letal en los momentos oportunos, como en sus últimas finales europeas, contadas todas por victoria. Veremos qué traje se enfunda el domingo, con otra batalla de enjundia por la Copa del Rey, con menos piernas pero mucha más cabeza. Hay partidos que se ganan exclusivamente con la cabeza.
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