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Saber perder

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 18 may 2016
  • 3 Min. de lectura

"El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. Si encuentra las velas extendidas nos arrastrará a velocidad de vértigo. Si las puertas y contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de las grietas o ranuras que le permitan filtrarse. El deseo asociado a un objeto de deseo nos condena a él."

Saber perder, David Trueba.

Al poco de ganar la Liga el Barça, Stoichkov, magnífico delantero y potencial tertuliano de El Chiringuito, calificaba a los jugadores del Real Madrid como 'segundones', todo ello ilustrado por una fotografía que bien le pudo pasar su cuñado en el grupo de la familia. Al día siguiente, Jurgen Klopp, en vísperas a la final de la Europa League que su equipo juega hoy contra el Sevilla, declaraba que en su casa, pintada de rojo y llena de cuadros de Warhol como yo me la imagino, ya tenía muchas medallas de plata. Mi olfato me dice que la intención de Stoichkov era provocar y el sentimiento que acompañaba las palabras de Klopp era aflicción. A ambos les une, más allá de la iracundia, uno de los lastres de los vencedores: no enorgullecerse del segundo puesto. Cuenta Juan Tallón en El váter de Onetti que Mario Vargas Llosa se llevó el Premio Rómulo Gallegos del año 1967 por La casa verde. En segundo lugar quedó Juan Carlos Onetti, con Juntacadáveres. El escritor uruguayo tuvo entonces una reacción ejemplar a su segundo puesto, precisando que el burdel dibujado por Vargas Llosa era mejor que el que aparecía en su novela. "El suyo tenía hasta orquesta", sentenció. No se trata solo de aceptar el segundo puesto, sino de buscar una buena excusa para vanagloriarte de él.

En eso estará Jorge Jesus, entrenador del Sporting de Portugal, flamante subcampeón de Liga, intentando digerir que una magnífica temporada que residirá pomposamente en el ostracismo. "No siempre el mejor gana y en este campeonato no fue el mejor el que ganó. Pero el fútbol también es ingrato", lamentó tras la última jornada, en la que su equipo necesitaba un tropiezo del Benfica que no llegó. Era el primer paso para saber perder, y más aún, disfrutar como un cochino enfangado en el barro más harapiento que supone la derrota."En caso de victoria, el Sporting suma 86 puntos. Nunca conquisté 86 puntos como entrenador". Antes de perder ya había ganado.

Quizás por eso se mudó a los vecinos de la capital portuguesa, hastiado de vencer, sediento de un triunfante fracaso. En el Benfica saboreó sus muchas victorias -diez títulos en 2009- pero no supo lidiar con algo todavía más importante: sonreír en el sufrimiento. Se le atragantaron sus derrotas, como en las finales de Europa League, perdidas por no haber encendido una Bela -Guttman. Quién sabe si ya decidió pasar página en la temporada 2012-2013, cuando las águilas perdieron la final de la Europa League, de la Copa de Portugal y el título de Liga en la última jornada. Y todo ello sin una borrachera de por medio.

Aquel sentimiento no podía volver a aflorar y, cumplido el objetivo de ser un triunfador en el éxito, solo restaba emular al repetidor de clase, aquel que sonreía tras ver un resplandeciente '3' en la parte alta de su examen. Ni el color rojo diezmaba su alegría. Qué mejor forma de adaptarse a la hostilidad que fichando por el enemigo, un Sporting de Portugal que, de paso, no iba a cargarle de expectativas ya que su último título tenía la fecha del año 2002. Tan traidor le consideraron que el Benfica le prohibió la entrada a las instalaciones del club y le enviaron sus pertenencias por correo, como esa mujer despechada que tira los trajes por la ventana. Jorge Jesus, o 'Jorge Judas' como le bautizó su antiguo séquito, era ya más odiado que Efialtes de Tesalia, aunque por la melena atusada bien podría ser Jon Snow, considerado un traidor por revolucionar la Guardia de la Noche. De los traidores siempre emana un sentimiento de contradicción necesario en la vida. Dante consideraba la traición el peor pecado conocido porque requería primero de ganarse la confianza de la futura víctima. Maquiavelo valoraba en cambio que la traición era inherente a la política, y bien podría extrapolarse, como todo, al fútbol. Jorge Jesús se escudó en que no era un entrenador de club, sino "un entrenador de mundo". "Entreno con pasión y sabiduría, como lo hice en el Benfica y lo estoy haciendo ahora en el Sporting". Su primer objetivo, el de saber perder, el de sentirse vencedor con el segundo puesto, ya lo ha cumplido.

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