Jémez y Setién, chiflados a su manera
- Sergio Vázquez
- 16 may 2016
- 4 Min. de lectura
"Le diré algo: el pasado invierno hice un curso de pintura y aprendí la diferencia entre un buen óleo y algo mecánico como una fotografía. Una foto solo muestra la realidad, mientras que una pintura muestra además el sueño que se esconde detrás. Los sueños nos hacen progresar. Es lo que nos distingue de las bestias."
El invisible Harvey (Henry Koster, 1950)
Dos formas de alcanzar la locura. Dos formas de conseguir lo que hace un tiempo parecía imposible. Dos formas de apretarle las tuercas al Real Madrid. Dos formas de lograr su objetivo, que va mucho más allá de puntos y permanencias. Dos formas de estar como una puta cabra. Paco Jémez y Quique Setién representan la locura en su estilo, el que impregnan a sus jugadores, rodeados por el balón y no al revés. Son dos locos en un mundo de cuerdos, donde el Atlético no se permite fugas, donde Emery alinea a Krohn-Dehli antes que a Konoplyanka. Incluso Barça y Madrid se sirven de otros ingredientes como la magia y la sonrisa para ganar los partidos. Son dos locos en un mundo de cuerdos. Cada uno, eso sí, a su manera.

Llegó Quique Setién a la Liga con la temporada ya en curso. Avistó a Jémez en su trono, el rey de los Locos que llevaba años desafiando a la permanencia, mirándola a los ojos y mareándola con el balón. En su primer abrazo seguro que el primerizo entrenador le dijo a su colega, al oído, susurrando, casi con miedo, aquello que dijo Alicia: "Yo no quiero estar entre locos". Jémez, con una mezcla de lástima y altivez le engañó, aunque creyendo que era por su propio bien: "Aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Tú también". Setién aceptó el envite pero buscó una tercera vía, otra desembocadura de la locura, una bifurcación del funambulismo jemezista. Rechazó cualquier visión maniquea, esa que nos enseñó el cine con Shutter Island o El invisible Harvey. "¿Qué sería peor? Vivir como un monstruo o morir como un hombre bueno?", nos reta Scorsese. Si hay que elegir entre un loco feliz o un cuerdo desdichado, ¿con qué nos quedamos? Setién no dudó: vivir como un hombre; ser un cuerdo feliz.
Decía Paco Cabezas de su tocayo Jémez que es un entrenador con "afán torero por morir con estilo, en chándal y tacones". Y mucho de eso hay, aunque nosotros lo veamos en el inicio del encuentro ataviado con sus mejores galas, simulando ser un cuerdo, con su equipo en una ligera calma, sentado en la mesa del rival hablando sobre el porqué del título Like a Virgin en la famosa canción de Madonna. Como en los borrachos condenados a la penúltima, el problema del Rayo, agraviado esta temporada, venía cuando avanzaba la noche. Una conga a priori inofensiva finalizaba con un partido a remolque y la corbata en la cabeza. Setién está grillado por el hecho de la propuesta en un equipo que estuvo defenestrado durante muchas jornadas. El cómo por encima del qué, pero además consiguiendo el qué. Es un cómo menos acelerado, posesivo pero sin suicidarse, también alcohólico pero más de tranquis.
Si algo les unía era la majadería del medio del campo. "Dime con qué mediocentro andas y te diré qué equipo eres", sentenció una vez Juanma Lillo. Lo tendría difícil el gurú de la posesión en identificar al recuperador en un centro del campo con Roque Mesa, Viera, Momo, Tana y algún que otro jugón más. El papel del mediocentro emana de la omisión del mediocentro. Hablemos también del Rayo, con Trashorras, el Valerón de los recuperadores, acompañado en ocasiones de Jozabed, conejo de la chistera de Jémez.
Uno ahora es alabado y el otro criticado, o al menos cuestionado, fruto del atropello del día a día, del resultadismo y de la difusa frontera entre éxito y fracaso. No deberían los cuerdos juzgar a los locos pues nunca pueden ponerse en su lugar. Los locos lo son precisamente porque piensan distinto de la mayoría, que por ser más no significa que sean los cuerdos. y mucho menos que tengan razón. La losa que arrastran los locos es que siempre son juzgados por sus contrarios.
Lo mismo le pasaba a James Stewart en El invisible Harvey, juzgado en el barrio por algunos, adorado por otros por su bondad, aunque cuestionado por su hermana por el simple hecho de estar acompañado por un conejo gigante llamado Harvey. El conejo no existía, al menos no era real para los cuerdos, pero para Stewart era el mejor amigo que podía tener. Ahora el Rayo ha descendido y como la hipercorrecta, hermana querrán cambiarlo, hacerlo cuerdo con una simple operación que borrará de su mente toda creatividad. A no ser que el taxista que lleve a Jémez a la operación sea el mismo que llevó a Stewart y pueda convencer a las mentes estables, tal y como convenció a la pariente, con estas palabras: "Señora, en quince años he hecho muchas veces este trayecto, los he traído aquí para que les pusieran esas inyecciones y luego los he llevado a sus casas completamente cambiados. Cuando los traigo van sentados y disfrutando del paseo. Hablan conmigo. A veces nos detenemos a contemplar las puestas de sol y los pájaros. En muchas ocasiones contemplamos los pájaros donde no hay pájaros, y las puestas de sol aunque esté lloviendo. ¡Qué bien lo pasamos! Y siempre dan buenas propinas. Pero después... Ay ay después gruñen, gruñen y gruñen. Me gritan que vigile los frenos, que vigile las señales, que vigile los cruces, que vaya más deprisa. Ya no tienen confianza ni en mí, ni en mi coche. Y sin embargo es el mismo coche, yo soy el mismo conductor y volvemos por el mismo camino. Ya no hay diversión, ni hay propinas. No lo será después de esto. Se convertirá en un ser absolutamente normal. Y de sobras sabe usted ya cómo somos".
Comments