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El marcador del Calderón sigue intacto

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 28 abr 2016
  • 5 Min. de lectura

Volvía Guardiola a territorio hostil, cinco año después de haber blasfemado contra el extinto Dios del madridismo y dos años después de tropezar en la primera de sus tres semifinales de Champions con el Bayern. Esta vez, en la que se enfrentaba a otro Dios, este caso uno más humano, más obrero, pero igual de venerado por los suyos, se fue con el mismo resultado negativo. Entraron desconectados e incluso timoratos los bávaros, y los colchoneros, que huelen sangre cuando ni todavía te has hecho la herida, se adelantaron con una genialidad de Saúl. Los de Pep lo intentaron y lo volvieron a intentaron, porque ellos nunca dejan de crear. Pero el Atlético ya estaba por delante, en su guion favorito, dirigido por Simeone, que cuenta para ello con el mejor elenco de actores posible.

Llegaba el Bayern con tres cuartos de Bundesliga en el bolsillo y con el freno de mano puesto en los últimos partidos. No pasó por encima del Benfica como muchos esperaban, y en Alemania no es ese equipo que maravilla con combinaciones excelsas. Estaba por ver si la camisa de fuerza era autoimpuesta, como reservando tres balas en la recámara de un equipo, y sobre todo un entrenador, para los que ganar la Champions League es una obligación. Todo lo contrario para el Atlético, que intenta seguir sin hacer ruido, pretendiendo ser juzgado como el Leicester en Europa, evitando ser catalogado como lo que ya es, un grande de Europa. Si antes lo infravaloraban otros, ahora se azotan ellos mismos.

Quizás por este reparto de papeles y por los estilos antagónicos de los dos mejores entrenadores del panorama fútbol se esperaba una posesión de 90 minutos del Bayern, pero solo duró 90 segundos. Ni la grada colchonera, vestida para la ocasión, pensaba que los suyos amansarían el balón. Cada pase y cada metro avanzado era celebrado como una pequeña victoria. Se veía poco a Oblak y mucho a Neuer, exigido con los pies por la alta presión rojiblanca y también con las manos, por el momento con disparos tibios de Saúl y Torres. Los chutes pronto dejaron de inofensivos y la bisoñez pasó del lado de los defensores visitantes. Saúl dribló a dos rivales con regates vertiginosos pero lentos, para luego colocar el balón pegado al palo con Alaba como espectador de lujo, en primera fila, sin perder un detalle de la parsimonia de su equipo.

Quedaba todavía un trecho, pero en realidad el partido ya había acabado aunque nadie lo supiera en ese momento. Bueno, lo sabía el Cholo y el operario que maneja el marcador, el cual, por si no se han dado cuenta, siempre reluce con 1-0. Como ayer. Como el pasado fin de semana. Para que el marcador se congele, el Atlético solo tiene que sacar el espejo, ese en el que obliga a verse a sus rivales, no para que les diga lo guapos que son, sino para que enumere sus muchos defectos. El de los muniqueses fue la falta de profundidad, el necesitar demasiados tocos para apenas crear peligro. "Así se hace", pareció espetar el Cholo, mientras un balón larguísimo sobrevolaba la cabeza de todos hasta que la cazó Griezmann. Con dos toques se plantó ante Neuer, que se hizo grande para evitar el segundo. Douglas Costa tenía que multiplicarse y actuar de él y de Coman, que no era bárbaro y casi tampoco bávaro. El peligro alemán solo llegaba con centros al área y disparos sin confianza, como el que intentó Bernat para dar campanazo a la primera parte.

Salió confiado el Bayern aunque con las mismas armas que en el primer tiempo: un gigante Douglas Costa y disparos lejanos. La abismal diferencia es que ahora el que creyó fue el Bayern, tanto que un disparo de Alaba desde lejísimos paraboleó hasta besar la parte baja del travesaño. El balón salió escupido y tragó saliva la grada colchonera. Eran los peores minutos para los atléticos, al menos los más peligrosos, defendiendo tan atrás que un contraataque se antojaba imposible. Y más si Griezmann estaba en su propia área, como en una jugada de Coman que el principito desbarató. Achicaba agua el Atlético, preocupados ahora también por Muller y Ribery, lo que provocó que Costa no solo estuviera en todos los sitios, sino también por la derecha, donde apareció para picarlo delante de Oblak, pero su sutileza salió por encima de la portería.

Esperaba otro ejercicio de supervivencia colchonera, que es peor que un ejercicio de matemáticas. Con media hora por delante, buscas y buscas la solución y todo apunta a que tarde o temprano la encontrarás, hasta que te has hecho tal lío que ya no sabes ni cómo te llamas ni qué estás haciendo ahí. A falta de profundidad, Vidal probó desde lejos, pero Oblak desbarató de nuevo la ocasión mientras el operario del marcador sonreía sibilinamente. En el acoso alemán el Atlético sacó dos córners, que no eran goles pero casi. Para los locales era tan importante defender bien como amenazar de vez en cuando a los de Pep. En el mundo de las amenazas, los córners eran como un insulto indefenso, esos que empiezan las semitrifulcas que terminan con un "porque me están agarrando...". Sin embargo Torres se lo tomó en serio, cogió por el cuello a su adversario y lo llevó a un callejón. A punto estuvo de dejarlo en coma cuando encaró a Alaba, que de nuevo había reservado las mejores localidades, y conectó un disparo con el exterior que se fue al palo. La ocasión, lejos de diezmar los ánimos colchoneros, dio gasolina a los jugadores para continuar con la resistencia pretoriana. Al Bayern solo le quedaba seguir intentándolo, además de desesperarse porque los últimos minutos parecía que ya habían pasado. Se antojaba ya el final y seguía patente la espesura bávara con el balón, mitad por acongoje mitad por el velcro que se había plantado en el Calderón. División de responsabilidades como en la última que tuvo el Bayern, donde Vidal, que venía de marcar cuatro goles en los últimos seis partidos, llegó con todo a favor para empalar un balón franco dentro del área. Si alguien sabía que no iba a conectar bien con el balón era el operario del marcador, y quizás también el jardinero.

Guardiola, en su última semifinal con el Bayern, se fue con el mismo resultado de Madrid que con la primera. No pudo remontar aquella vez ni tampoco el año pasado cuando cayó también en esta ronda ante un equipo español, el de sus amores. Aquel 3-0 parecía insalvable. Tampoco parece fácil remontarle al Atlético, que ya está listo para emprender otro ejercicio de supervivencia.

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