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Citycienta

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 20 abr 2016
  • 4 Min. de lectura

"Es en la ignorancia frente a las decisiones que deben tomarse, donde el hombre está más seguro y próximo a acertar". El váter de Onetti, Juan Tallón

Con la llegada de los petrodólares, y también de sentido común en los fichajes -algo que no tiene por qué ir de la mano- en las quinielas de muchos el Manchester City figuraba año sí, también entre los cuatro mejores de Europa. Pero por unos rivales de enjundia sumados a un proyecto que nunca ha acabado de casar, el Manchester City pasó de favorito a Cenicienta, hasta tal punto que todos lo querían en el último sorteo. Pocos piensan que pueda ganar la Champions, y muchos menos creen que va a eliminar al Real Madrid, mitad justificado mitad chovinismo que desemboca en subestimar a rivales como PSV, Wolfsburgo o Shakhtar. El equipo de Pellegrini, y por qué no el propio Pellegrini, tienen el aspecto de un vagabundo, quizás no un vagabundo al completo aunque sí que guardan, como describe Byron Bunch en Luz de agosto, un punto desarraigado, como si no vinieran de ninguna parte y mucho menos fueran a algún lugar, portando una mochila de crueldad, melancolía y soledad. El proyecto, al menos el del entrenador chileno, expira como se consume el cigarrillo en los jóvenes dedos de un chaval que detesta fumar. La destrucción, marcada por tempos, se tiene que respetar. “Cuando uno ha estado casado 12 años, simplemente no se sienta a desayunar y dice: Pásame el azúcar, quiero el divorcio”, alecciona Billy Wilder en El apartamento.

Ni que decir tiene que el peor año del Manchester City puede terminar como la temporada más fructífera. De momento, los citizens están en semifinales de Champions, algo que nunca habían conseguido. Ya son campeones de la Copa de la Liga, un trofeo que puede poner la guinda a todo lo que venga, si es que viene algo. En Premier, donde han deambulado como zombies durante meses y meses, pueden acabar terceros, es decir, los primeros de los inmortales, vistoel descalabro de los grandes de Inglaterra. Así que la mayor catástrofe puede acabar como la mayor de las celebraciones. Hay equipos que hacen conjura, recordando lo buenos que son y las posibilidades que tienen. Quién sabe si hace unos meses, plantilla y cuerpo técnico se reunieron para contarse lo malos que eran, los millones que se habían desperdiciado y a toda la gente a la que habían decepcionado. Y a partir de ahí crecieron. "Había pensado que al no tener ya nada que perder era por fin invulnerable", leyó el Kun de El curioso caso de Benjamin Button. “Corro más riesgos que tú porque tú ya no tienes nada que perder”, le replicó Silva, sosteniendo El ruido y la furia con la bota izquierda.

Y en eso está el Manchester City, aferrado al abismo, o lo que es peor, acostumbrado a él. Vaga por los bares en los que acaba con todas las marcas de whisky, para luego arrancar el coche y conducir a 150 km/h, pensando que quizás puede ser el último suspiro de vida, pero siempre hay un aliento más, de momento. Sin saber tan siquiera el nombre de la carretera, los skyblues se han plantado a finales de abril haciendo creer al panorama futbolístico que son sordomudos, como el Jefe Broomden en Alguien voló sobre el nido del cuco. Transformarse en Cenicienta a las doce, o a las 20.45h. En hombre lobo, pero siempre con piel de cordero.

Pellegrini ha cambiado de estilo y hasta parece otra persona distinta cuando viaja por Europa. Muchos se ponen sus mejores galas, él prefiere pasar desapercibido. Bastante tiene con llevar la batuta en su casa. Quizás Pellegrini de joven emulaba a ese chaval que, en su morada no se hace la cama, deja sus platos sin fregar y vive enganchado a un ordenador con las teclas manchadas. El mismo chaval que, cuando duerme en casa del amigo de turno, es servicial y ayuda a recoger la mesa y hasta simula ponerse el delantal. "Qué buen chaval es Manuel", piensa la madre del susodicho amigo. Al bueno de Pellegrini le pasa lo mismo en la Premier, donde tiene que llevar la batuta pero no sabe cómo hacerlo. No está obligado en la Champions, donde espera, enjuto y encorvado, a que el rival lleve la iniciativa.

De desvergonzado a vergonzoso. Un cambio de actitud que ha provocado un cambio en la táctica, o mejor dicho en la no-táctica, que hasta le favorece. Nada tiene que ver ya con el estilo de Pellegrini, el que intentaba alcanzar las largas posesiones y sometiéndolo por cansancio. Ahora lo quiere agotar a partir del sopor, invitándole al letargo para luego robarle la cartera, o el balón, que viene a ser lo mismo. Parapetado por Fernando y su miniyo, ayudando a una bisoña defensa, tiene su mejor argumento en los cuatro de arriba. La velocidad de De Bruyne y Navas, el guante de Silva y el olfato goleador del Kun, todo ello mientras Sterling espera en el banquillo a justificar los millones que costó. Está a un gol de poder hacerlo.

Y como son las cosas, el chileno vuelve a la que fue su casa, esa en la que sí que fue tímido y servicial, quizás demasiado. Está por ver si se suelta esa frondosa e inamovible melena, si ahora es ese chaval que vuelve del Erasmus, tirando la puerta abajo y presumiendo de piercing y ladillas. No hay mejor escenario para hacerlo.

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