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Secuestrados por amor

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 13 abr 2016
  • 3 Min. de lectura

"Las últimas noches nunca son buenas. No son nunca buenas las últimas nadas. Sí, las últimas palabras son buenas a veces."

Por quién doblan las campanas, Ernest Hemingway

Dicen que el amor verdadero, el que engendra capullos -de los naturales- en el estómago y provoca suspiros por doquier, es efímero. Más pronto que tarde torna en amistad, confundida a veces hasta de forma voluntaria con el primer sentimiento, y más cuando se viene de él. La última parada del siniestro proceso es el sometimiento, una relación que se basa en la necesidad; vive por y para ella. Como todo buen proceso, es él el que lleva las riendas del declive gracias a la inercia. "Su esposa ya no la atraía [...] Había sido devorada ya por la eterna inercia que de pronto un día se instala en nuestras vidas y se queda con nosotros hasta el final", contaba Fitzgerald en El curioso caso de Benjamin Button. El susodicho protagonista rompía con la inercia, y por ende con su amor, merced a su posición privilegiada. Iba rejuveneciendo, por lo que la vorágine de la soledad no podía devorarle. Wenger y el Arsenal no pueden decir lo mismo.

El bueno de Arsène llegó a Londres y su romance con el Arsenal desprendía aroma de rosas. Representaba la modernidad en el estilo, cambió las rutinas; en definitiva, eran la envidia de la Premier. La pujanza inicial no solo influyó en el juego, sino también en la conquista de títulos, que es por suerte o por desgracia lo que da de comer. Tras su llegada no se hicieron esperar los primeros títulos, que tendrían forma de Liga y FA, sus conquistas predilectas. Pronto llegarían dos finales más -de UEFA y FA- para amarrar un nuevo doblete en 2002, de nuevo la Liga y de nuevo la FA. La pareja formada por equipo y entrenador se creía tan invencible que estuvo 42 partidos sin perder, vapuleando el récord histórico del Nottingham y provocando, como no podía ser de otra manera, otro doblete ligacopero. Cuando parecía que el romance se instalaba en la rutina londinense, sin apenas salir de las islas, llegó una ruta por toda Europa que terminó en París, ciudad del amor y país del propio Arsène. En 2006, todo iba rodado, se juraron amor eterno antes de la final de Saint-Denis y se vanagloriaban de todos los años que habían pasado juntos, frente a casquivanos y libertinos que cambiaban de acompañante año sí, año también. Pero el viaje intercontinental acabó de la peor manera posible.

Arsenal y Arsène estuvieron tan cerca de tocar la gloria que se creyeron que la palpaban con los dedos, hasta que aparecieron Samuel Eto'o y un tal Henrik Larsson para privar a la pareja del cariño sempiterno. Ellos no se dieron cuenta, pero después de ese momento el sentimiento no era ya el de dos enamorados, sino el de dos amigo que no podían estar el uno sin el otro. Dicen que después del todo viene la nada, y esa nada se representó en nueve años, nueve largos años en los que el capitán del Arsenal, fuera quien fuese cada temporada, no alzó ningún trofeo. La relación intentó revitalizarse con dos FA Cup. Ambos sonreían, pero ya tímidamente, sabedores de que no podían conformarse con esas hazañas, conscientes de que les hubiera servido en los primeros días pero no ya en los años postreros, quién sabe si últimos, de la unión.

El Arsenal ha pasado de ser un equipo competitivo a caracterizarse, hasta con orgullo, por su bisoñez por los campos europeos e incluso londinenses. Wenger, de moderno ha pasado a ser vintage, uno de los eufemismos del siglo XXI que ya sabemos todos el vituperio que esconde. Ya no es ni amor, ni tan siquiera amistad, casi ha tornado en secuestro mutuo. Se agarran y se dicen que no pueden vivir el uno sin el otro, aunque ambos saben que esa sería la única solución. Pero no les gustan las despedidas. Decía Robert Jordan en Por quién doblan las campanas que las "últimas nadas" nunca son buenas, como mucho hay que fiarse de las últimas palabras. Y en eso están ahora, buscando los últimos vocablos que pongan fin a casi 20 años de relación. "Gracias por los recuerdos, pero ha llegado la hora de decir adiós", rezaba un pancarta en el Emirates.

Quizás sea un buen comienzo para zafarse de la venda, arrancarse el miedo que acecha al Arsenal. Tiene pánico a ser liberado de Wenger, su secuestrador y su amor a la vez, y tornarse en un equipo cruel, como lo fue Segismundo en lo que era realidad y él creía un sueño. A riesgo de caer en el síndrome de Estocolmo -no tiene nada que ver con fichar o no Ibra- de momento Wenger sigue en el banquillo. De momento.

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