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El arte de no contar

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 8 abr 2016
  • 4 Min. de lectura

Valgo más por lo que callo que por lo que habla, sustenta con atino el refranero español. La táctica de dejar caer y no explicar, de sugerir pero no apuntar es una estrategia interesante a la que muchos, yo el primero, nos apuntamos. Los que seguimos esta filosofía estamos abalados por una rutinaria y aburrida vida real, en la que casi siempre vemos a las mismas personas y hacemos las mismas cosas. La treta de no decir, de no contar, de no expresar es una tarea sencilla cuando hay que poco que decir, poco que contar y poco que expresar. El asunto se torna complicado cuando vira hacia la ficción, ya sean libros, series o películas, donde se trata de hacer un producto interesante en el que sucedan cosas. Seguir siendo minimalista en lo explícito no es ya una treta, sino un arte. Sobre el papel, las elipsis me las enseñó Philip K. Dick en El hombre en el Castillo, cuando al voltear la página y cambiar de capítulo algo había pasado sin apenas darme cuenta. Era como un truco de magia. Él te dejaba a ti, sentadito, repeinado y expectante, ante X acontecimiento que tenía que suceder. Girabas la página mientras te frotabas las manos -en un ejercicio de malabarismo- imaginándote cómo te lo iba a contar. Y no te defraudaba. Solo había un pequeño cambio. No te había contado absolutamente nada, pero tú te habías enterado absolutamente de todo.

En la pantalla me enseñó algo parecido David Simon. Si solo hubiera visto Show me a hero, diría que es por la necesidad de aglutinar muchos años y muchos acontecimientos en apenas seis capítulos. Por suerte ya había visto The Wire, que si no es la mejor producción audiovisual de todos los tiempos poco le falta. Con la serie, de unos tropecientos capítulos, descubrí que lo de Simon con las elipsis era algo más que funcional. Casi personal. Una sospecha que ayer confirmé en la inauguración del Tercer Serielizados Fest, el Festival Internacional de Series de Barcelona.

Lo entendí todo mientras David Simon, cercano y cómodo en las distancias medias, entendía la exigente inmersión -e inversión- que reclaman series como The Wire. Él acepta que eso tiene un coste para el espectador, temporal-intelectual como mínimo, y tiene que devolverlo en forma de gran producto. Es una relación sacrificio-recompensa similar a la que se establece con Faulkner, especialmente con El ruido y la furia. Lo explicó, paciente y jovialmente, a la perfección con su ya popular frase "Fuck the casual viewers". Con ella, aclaró, nunca ha querido hacer referencia al espectador medio, como erróneamente se ha difundo. Simon apunta y dispara al espectador TEMPORAL, aquel que tarde o temprano dejará la serie porque la visualiza sin prestarle la atención que merece. "¿Cómo se puede escribir para esa gente que no presta atención?", se pregunta indignado. Si me dais tiempo, tengo la responsabilidad de hacer una trama complicada. No tengo alternativa". Justo en ese momento lo entendí todo. Si The Wire son tropecientos capítulos, implica que su engulle requiere de tropecientosmill minutos. De la base que parte Simon es de que la gente va a estar mirando su serie como un búho. Las horas en las que la gente ve la serie, ESTÁ VIENDO LA SERIE. Igual que cuando está trabajando, ESTÁ TRABAJANDO, y cuando está con la familia, ESTÁ CON LA FAMILIA. En definitiva, la gente aprovecha el tiempo y exprime las horas como si de una naranja valenciana se tratara. O al menos él lo hace así. De ahí que no le gusten las transiciones. De ahí que sea un amante de las elipsis.

Acorta en las series y acorta en la vida, aunque contándolo todo. De ahí que cuando toca un tema aproveche para concatenar con otro y matar dos, tres o el nido de pájaros entero de un solo disparo. Le dio tiempo a ensalzar a Los Soprano, la otra gallina de los huevos de oro de la HBO, y además de lanzar una pulla a Juego de Tronos. "Las muertes tienen que tener sentido", dejaba caer Simon. Otra vez aclarando sin decir. Por cierto, para las muertes en la ficción, traumáticas algunas, él tiene una estrategia que dice que le funciona. Se trata de apurar al máximo su explicación y que el actor sepa lo más tarde posible que su personaje va a morir. "Tengo buenas y malas noticias". Así empieza Simon la conversación con el susodicho futuro desaparecido.

Ya que alababa Spotlight, aprovechó, siempre con su eficiencia pretoriana, para pasearse por el campo del periodismo, pasado pero también presente para Simon. Se centró en la problemática -sí, problemática- que supone Internet para el mundo del periodismo. Sostuvo que es democrático que todo el mundo tenga acceso a Internet y que incluso pueda escribir, pero de ahí a que eso sea periodismo hay un trecho eterno. "Admiro demasiado el periodismo" y "hay que pagar por las noticias" fueron sus dos máximas sobre el tema. Amén.

Todo ello lo contaba mientras -sí, aprovechando para hacer otra cosa- bebía vino con su entrevistador y ya colega -lo ha vuelto hacer- Toni García Ramón que contribuyó a que la plática tuviera todavía más nivel. Bueno, mejor dicho, Simon le hacía beber a Toni un vino que, para nada casualmente, se llamaba Las uvas de la ira. Él aceptaba, sabedor de que David Simon es el puto amo. En esa sala lo sabíamos todos, desde yo hasta el propio David Simon.

Y os dejo ya, que me pongo con Treme. No hay spoiler -que me lo llevé a casa de recuerdo- que me frene.

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