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Clásico de vino y rosas

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 3 abr 2016
  • 3 Min. de lectura

Muchas de las cosas importantes en la vida se ponen en juego en un bar, ya sea una partida de dominó o un debate sobre el futuro político de España que ya les gustaría firmar a Inda o Marhuenda. Lo que se jugó ayer fue un Clásico, cumpliéndose aquello de "dime qué bebes y te diré quién eres". Entró Luis Enrique en rueda de prensa -o en el bar, que viene a ser lo mismo- pidiendo medianas y hasta el whisky de después. La MSN se miraba con desidia, frunciendo el ceño, preparándose por si aquella noche finalmente iba de tranquis. La pandilla azulgrana, fiel a los cabecillas sudamericanos, fue dando largas al alcohol y empezó con un descafeinado, y luego ya si eso... El Real Madrid, con la sonrisa y la calma de Zidane a la cabeza, aceptó el envite y pidió una tila, consciente de que una mala borrachera le dejaría en la cuneta. Al descanso, como mandan los cánones, los jugadores salieron a fumar y el plan del Barça estaba claro: una copa y para casa. Piqué se invitó a un chupito de hierbas, que dicen que es digestivo, para poder irse relajado, y más él que tenía que hacer no sé qué cosa con el móvil. Todos aceptaron cerrar pronto el chiringuito para evitar una resaca que pusiera en jaque la gran fiesta del martes, al parecer más importante que todo un sábado noche con la rubia más guapa del lugar.

Cuando el dueño del bar ya sacaba el palo que bajaba las persiana, Marcelo se levantó contrariado. Como buen brasileño, no podía permitir que una fiesta terminara antes de que hubiera comenzado. Pidió cachaza para todos y a Benzema le sentó la mar de bien, mientras Jordi Alba le preguntaba a Alves a qué carajo sabía aquello. Los merengues se entonaron, futbolística y alcohólicamente hablando, en gran parte porque veían que sus rivales no estaban ni para echar un mus. Luis Enrique, que quería salir de fiesta cuando quizás convenía recogerse pronto, mandó a casa a Rakitic y llamó a Arda. El turco siempre ha sido más dado a la guasa, pero no cayó Luis Enrique en que Rakitic, por muy soso que se haya vuelto, es ese amigo que hace el trabajo sucio, que cuida al grupo y hasta aguanta la cabeza a Neymar si es necesario. Sin el chico responsable, el séquito azulgrana se borró definitivamente del guateque. Bale pagó otra ronda, chillando más y mejor que Jordi Alba, pero el camarero, rubio, de verde y con apellidos repetitivos, dijo que ya era hora de ir cerrando. Ramos, cortarollos como pocos, pidió la cuenta y se marchó, sabedor de que su despendolada conducta debía haber sido penada mucho. Pero el Real Madrid ya había entrado en esa fase de no retorno, en que la única opción para estar sereno es seguir bebiendo. A Zidane se le iba la sonrisa por inercia y los ojos le hacían chiribitas. Subió la apuesta y cambió de sustancia. Pidió tres lonchas, no de pavo ni de choped, sino de cocaína. Farla. Farlopa. Fariña. Marcelo se subió a la barra, más despeinado que de costumbre, agitando la coctelera como si fuera una maraca de Antonio Machín. Todos se animaron, especialmente Carvajal, Modric y Cristiano, en chándal hasta ese momento. Se acicalaron como es debido, todos, menos Casemiro. Él dijo que si salía lo haría con tejanos, bambas anchas y una gorra de visera prominente. Se apuntó hasta Jesé, que puso la música en el restaurante "Casa Johan".

Y así acabó la noche o empezó el día, según desde la óptica que se mire. Los azulgrana, sin alcohol en las venas pero con una resaca tremenda. Todo lo contrario que el Real Madrid, que visitó todos los afters, con Zidane corbata en la cabeza, espitado, pidiendo otra ronda y preguntando a todos los viandantes si puede jugar esta misma noche la final de la Champions.

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