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Poseídos sin posesión

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 4 mar 2016
  • 6 Min. de lectura

No es una final de Champions y está muy lejos de ser un partido en la cumbre, pero los Rayo Vallecano-Barça siempre son partidos especiales. Son interesantes, diferentes, en los que un rival modesto mira a los ojos a un grande, aunque siempre acabe bizco. Esta temporada ya ha habido otros pequeñines que le han metido mano al Barça, mitad por mérito propio mitad por desidia propia. Y en esas llegaban los de Luis Enrique al partido, con el récord de Beenhaker por pulverizar y con la sensación de que el verdadero rival son ellos mismos. Ah, y el Atlético, ni muy cerca ni muy lejos.

En las formaciones, descansaban los laterales azulgrana, los tres que más titulares, esto es: Alba, Alves y Vidal. En el Rayo Jémez no podía contar con Jozabed, una de las revelaciones de la Liga, que es mediapunta pero trabajo como un pivote, o mediocentro y llega como un trecuartista. No se guardó a los sancionados pese a tener próximos compromisos vitales, y jugaron Tito y Llorente, acompañado en el eje de la zaga por Crespo.

Prometió Jémez que ante el Barça iba a jugar de manera espectacular, retando a los que dicen que contra los grandes exagera sus principios. Cumplió su promesa porque el partido empezó alocado y anárquico, lo que podía favorecer a ambos equipos. La pujanza inicial, espoleados por un estadio que ahora sí está lleno y anima, fue para los locales. También las ocasiones, como un disparo lejano de Embarba que Bravo se limitó a despejar. La velocidad y el ritmo del partido provocaba imprecisiones en un lado y otro. El Barça no se apuraba si tenía que jugar en largo, igual que el Rayo si se veía muy intimidado. El partido era de los rechaces; de las segundas jugadas; de las defensas atentas. La del Rayo lo estuvo para salir en una jugada rápida, y lo hizo bien porque Messi ya la había picado con diablura.

La batalla era un tú a tú pero no precisamente por la posesión. Otrora lo hubiera sido, como cuando se habló durante tres semanas de que el Rayo le quitó el balón al Barça del Tata, aunque el resultado fue de 0-4 para los catalanes. Este Barça no solo no se ruboriza si no tiene la pelota, si no que tiene mecanismos para jugar sin ella. El balón no se rifa, se juega hacia Luis Suárez, el mejor en lo de descargar cajas en el puerto y pelotas al suelo. Tampoco estaba a disgusto el Rayo, agazapado, con los pies inquietos, como si el césped estuviera hirviendo. Hubo oportunidades para ambos, como otro disparo de Embarba y un mano a mano en el que Neymar se gustó demasiado. Lo mejor para el partido, que ambas chances distaron en apenas segundos.

La defensa vallecana divagaba entra la seguridad y el funambulismo. Las ocasiones azulgranas llegaban, aunque no eran limpias. La tuvo Messi disparando al palo de Juan Carlos, que resolvió con atino. Poco le duró la sonrisa al Rayo en general y al guardameta en particular. Un centro de Sergi Roberto no parecía entrañar peligro, quizás por eso iba envenenado. Lo que pareció un balón franco, igual que lo atrapó se le esfumó entre los dedos al portero y ahí estaba Rakitic que debió pensar aquello de: "si insistes". Casi sin reacción, el Barça pasó a no sentirse ya amenazado, invitado a la fiesta que más le gusta con parte del trabajo hecho. Se soltó más en ataque y el Rayo perdió el descaro. Con libertad Messi abrió para Neymar, que esta vez sí que decidió bien y se la devolvió al argentino. Messi marcó el segundo, su décimo en ocho partidos, dieciocho en dieciséis en este año si lo prefieren, o el decimoséptimo en liga, amenazado a la Bota de Oro. El duelo, típico del Oeste, parecía totalmente declinado para el Barça, que mató al Rayo, un poco por suicidio de Juan Carlos un poco por voracidad inherente.

Tan cierto era que estaba el Barça enfrente, como que el Rayo venía de dos jornadas rascando un punto en dos partidos que perdía de dos goles. Esos partidos los cambió Jémez, que esta vez prefirió aguardar. El Barça dañó el alma de los suyos, su mejor argumento de los. Sin fe y sin autoestima, se apagó el fulgor tanto en la grada como en el campo, donde los franjirrojos apenas cruzaban el centro del campo con claridad. El Barça vio los problemas anímicos y tácticos del rival y le dejó que se ahogara en sus penas, dándole el esférico y presionando de una forma más que efectiva, esperando el fallo, como el de Quini, que casi aprovecha Suárez picando el balón que ahora sí atrapó el cancerbero. Parecía que el descanso llegaba, pero el Barça, muchos espectadores y cronistas habíamos olvidado que el Rayo es un equipo inusual, para lo bueno y para lo malo. Primero la tuvo Quini, un lateral que remató en posición de ariete. Luego Llorente fue expulsado, con una entrada en la que le presentó sus tacos a Rakitic, sembrando la duda en el árbitro.

La segunda parte se antojaba proclive para una goleada azulgrana y, por qué, para las rotaciones. Pero no hizo cambios Luis Enrique y tampoco Jémez, que le pidió a Iturra hacer de Llorente. Si algún entrenador no tiene problemas que le marquen goles por intentar ir a por el partido, ese es Jémez, emulando a ese niño que le dijo a su madre aquello de "mira mamá sin manos, mira mamá sin piernas, mira mamá sin dientes." Pero antes de quedarse mellado el Rayo se lo pasó bien mientras bajaba con la bici. La grada entonó dos "¡Uy!", primero por un control defectuoso que de haber sido bueno Manucho se hubiera plantado ante Bravo, y luego por un balón que Bebé a punto estuvo de cazar antes que el meta chileno.

Este inicio no era tan intenso como el de la primera, pero sí que se parecía en el intercambio de golpes. A la valentía del Rayo respondió el Barça, primero con Suárez, que cruzó demasiado un disparo. Luego sería Messi, que no perdonaría tras un rechace en el palo a disparo del uruguayo, negado con el gol. Se vaticinaba el suyo, como el de Neymar y otros muchos de Messi. Lo que llegó sin embargo fue el de los locales, que alegró a los suyos, a los aficionados al fútbol y no me extrañaría que a más de un culé. Al Rayo hay que quererlo, cuidarlo y mimarlo porque es un espectáculo tenerlo en Primera. El gol llegó tras un centro al segundo palo que Bebé hizo bueno porque lo remató Manucho, enrachado en las últimas semanas. Lo que parecía un gesto inofensivo acabó siendo casi heroico. No era el gol del honor, un premio de consolación, un accésit. Las bufandas al viento denotaban la fe de la grada, que compensaba la expulsión de Llorente. Quizás el Rayo se veía con 11 jugadores, por eso presionaba la salida como tal.

El Barça se dejó llevar, como si fuera cómplice de la heroicidad vallecana. De las tres opciones que tenía, el dudaba entre dosificarse sin balón o seguir creando ocasiones. Lo que no hizo, ni ayer ni últimamente, fue descansar con el balón, dormir el partido. Aunque ya pasaban las diez, el Barça no quería descansar ni aburrirse y mucho menos dormir. Luis Suárez seguía indefenso y Juan Carlos como un flan, esforzándose en favorecerse mutuamente. Un barullo en el área acabó en falta en la frontal. Ya se dibujaba el idílico lanzamiento de Messi cuando disparó Neymar y pegó en el travesaño. El segundo jaleo acabó en penalti y otra expulsión, en este caso para Iturra, que hacía de Llorente. El consejo de sabios decidió que lo tirara Suárez, bendecido para llevarse el pichichi. Pero Suárez es testarudo en lo bueno y en lo malo. Casi tanto como el balón, que cuando decide no entrar, no lo hace. Lo paró el portero, redimido, confirmando que el Barça tendrá que ir a septiembre para reevaluarse del penalti, una asignatura María que se atraganta.

El Rayo, que ya había estado muerto, revivió y volvió a fallecer. Con dos menos, estaba apaleado en lo físico y lo anímico. Las facilidades eran muchas y si alguien estaba atinado de cara a gol era Messi. Trazó una diagonal con el balón y esperó al momento justo para definir ante el portero donde nadie lo esperaba.

Hincó la rodilla el Rayo, como los guerreros que han luchado con honor. El Barça le siguió golpeando, casi por inercia , con el campo inclinado por un Luis Suárez hambriento, pero aunque el partido hubiera durado horas no hubiera marcado. Lo hizo hasta Arda, rematando parsimoniosamente un buen centro de Mathieu. Un gol nada importante en el transcurso del partido pero sí que puede ser bueno para el turco, fuera todavía del molino de viento azulgrana.

Los locales eran ya un muñeco roto y para los líderes era tiempo de rotar. Ya se sabe que la MSN no rota, pero quizás el cuarto jugador más importante es Busquets, a quien Luis Enrique cuida mucho más que la directiva. El encuentro sirvió para que Messi se postulara al Pichichi casi sin quererlo, el Barça sumara su 35º partido sin perder y para descontar otro partido en la lucha por el título. Ya hay quien saca la calculadora y piensa que el Barça podría perder dos partidos y empatar uno, o bien permitirse cuatro empates. Todo ello contando que el Atlético de Madrid lo gane todo. Parece, cuanto menos, decantado para los blaugrana.

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