The Imitation Game
- Sergio Vázquez
- 25 feb 2016
- 4 Min. de lectura
"La mayoría de las personas son otras: sus pensamientos, las opiniones de otros; su vida, una imitación; sus pasiones, una cita" Oscar Wilde
En la vida recibimos influencias que imitamos, a veces queriendo, a veces sin querer. Nadie nace enseñado, por eso lo mejor cuando eres un bebé calvo y babeante lo más fácil es copiar a esa señora con rizos que te insta a que digas "mamá". En la cultura, que es vida, sucede algo semejante. Es tan complicado empezar con un estilo propio que, casi inconscientemente, nos inspiramos -por decirlo suavemente- en otro autor. Normalmente le admiramos y queremos ser como él. Ya lo dijo George Packer un admirador de Orwell que reconocía que en sus primeros textos quería asemejarse a su ídolo. Seguramente algo parecido me pasaba -o me pasa- a mí mismo con Tallón. El resultado, por desgracia, dista mucho del que uno quiere. El intento fallido no es más que un collage entre una escritura primitiva y una burda copia, que tiene como resultado un relato pretencioso.

En el fútbol, que es vida y es arte, pasa lo mismo. Todos los jugadores han tenido antes un espejo en el que mirarse. Los niños imitan en el patio las jugadas de sus ídolos. Cualquier erudito te dirá que capta ideas de aquí y allá. Solo hay que escuchar a Pep Guardiola. "Las ideas son de todo el mundo. Yo he robado lo máximo posible".
Los dos párrafos se pueden tirar a la basura cuando aparece Leo Messi. El argentino, escurridizo hasta para las generalizaciones, ha sufrido el proceso inverso. Empezó en banda derecha, tímido, siendo él mismo, escondido bajo una melena frondosa que se agitaba en sus carreras. Empezó sin tener gol y ahora roza sus 500 dianas como profesional. Incluso sorprendía cuando anotaba tres, como los que le endosó al Real Madrid en su primer partido antológico. Poco a poco empezó a hacerlos más asiduamente. Ya no solo intimidaba a sus rivales con los regates; también lo hacía por su olfato. Parecía mutar su estilo, agrandando su registro. Pero era SU estilo, salvo algún atisbo de inspiración en Maradona como en aquel partido contra el Getafe.
Pronto centró su posición gracias al genio que robaba ideas por doquier. Empezó a marcar casi tanto como regateaba, acercándose al futbolista total sobre el que se vertebrase un equipo, pese a jugar en la delantera. Ahí también se gestó un Balón de Oro. Ha ganado cinco, pero a la vez no ha ganado cinco. Consiguió uno, su otro yo ganó otro, que a la vez mutó en el tercer ganador del trofeo. Los dos últimos ya ni parecen aquel Leo Messi del inicio.
Incluso hubo una época, mermado física y mentalmente, en la que pareció olvidarse hasta de regatear y decidió apropiarse de los dotes de ariete. Pasó de regatear mucho y marcar poco a gambetear menos y marcar más. Pero el Mundial de Brasil quedó atrás, volvió a sonreír y se echó dos nuevos amigos en el Barça. Regreso a la banda, como antaño, pero diferente que antaño. Lo de la banda era más atrezzo que realidad. Empezó a mediapuntear, asistiendo, marcando. Liderando.
Ha sido extremo, delantero y mediapunta y el Barça ya se mueve al son de Messi, más ahora que no está Xavi. Empezó sin inspirarse en nadie, enjuto en la banda, y poco a poco se ha ido apropiando de los dotes de los mejores. Ha llegado a tal punto que ya copia sin pudor. No es que se asome al vecino en los exámenes, es que directamente se mete la sala de profesores para mirar las respuestas del test. Eso de lo que alguien siempre ha presumido en los recreos.
Sus imitaciones normalmente son a largo plazo, más por temporadas que por momentos. Sus Balones de Oro son por inspiraciones duraderas, disfraces prolongados en el tiempo. Eso no quita que pueda ponerse caprichoso y cambiar de traje varias veces en un partido. Quizás le venga en gana homenajear a todos los que ha copiado, y además quiera hacerlo en un partido, como contra el Celta. Marcó de falta como Koeman, o puede que hasta como Kubala. Dio un pase a lo Laudrup, como el del danés a Romario en el Sadar. Y si imitó al asistente, no se quedó corto con el delantero. Emuló a Romario rompiendo al rival en una baldosa para provocar penalti. Un penalti con el que hizo una reverencia a Cruyff.
Y no ha acabado aquí. Su próxima víctima es su amigo y excompañero Xavi Hernández. Todo hace pensar que cuando pierda la chispa -¿la perderá?- retrasará más su posición y será el completo organizador culé, capaz de pausar el juego o de tirar pases con lupa, escuadra y cartabón. Quién sabe si la retrospección en el campo continúa, y acaba como líbero, a lo Beckenbauer, o como portero mosca, al más puro estilo Higuita. Es el juego de la imitación, como el ensayo que escribió Alan Turing. Pero este enigma no lo descifra ni Benedict Cumberbatch, ya sea disfrazado de matemático o de Sherlock Holmes.
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