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ExPeptativas

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 19 feb 2016
  • 4 Min. de lectura

"No estoy en este mundo para vivir a la altura de tus expectativas y tú no estás en este mundo para vivir a la altura de las mías". Bruce Lee

La fina línea que separa el fracaso del éxito está altamente influida por las expectativas previas. Conformarse con poco puede suponer un triunfo anticipado; ser ambicioso significa empezar ya con la vitola de perdedor.

Josep Guardiola sabe de lo que hablamos, y no solo por el vergonzoso juego de palabras que encabeza este panfleto. El Pep llegó al Barça B siendo un desconocido. Él y de hecho también el filial azulgrana, que por aquellas divagaba por la Tercera División. Muchos conocían al Guardiola jugador, pero la mayoría le había perdido la pista en sus aventuras italiana, catarí y mexicana. Volvió al club de su vida en el que parecía que nunca había estado por su amplio currículum exótico.

Aterrizó en el equipo de sus amores en la mejor tesitura posible: con cero expectativas por su nula experiencia en los banquillos y amarrando a un filial que deambulaba por los campos de Catalunya. Ascendió al B de categoría y entonces el que entró en coma fue el primer equipo, empachado de títulos sin haber probado el postre. Casi de rebote, tuvo la oportunidad de su vida en la élite de un modo parecido a como lo había hecho en el filial: era un don nadie en los banquillos y tenía que enderezar a una plantilla desnortada. Pese a tratarse del Barça, a la grada se le presuponía condescendencia con Guardiola: joven, inexperto, de la casa y con un equipo apático. Con él se iba a tener paciencia, otra cosa es qué pasaría con los que le habían nombrado si la situación no se enderezaba.

Guardiola se encontraba en una posición de protección privilegiada, escoltado por su jefe y alabado por su nulo currículum. Le hubiera bastado con dejarse llevar para no fracasar, pues sin expectativas no hay fracaso. Tampoco hay éxito, debió pensar, y por eso decidió ponerse presión nada más entrar en el vestuario azulgrana. No cuesta imaginárselo como McMurphy, en Alguien voló sobre el nido del cuco, cuando ingresa en el manicomio y dice aquello de: "Veréis amigos, mi intención es convertirme en una especie de rey del juego de esta galería, dirigir un pérfido juego de bacarrá. O sea que lo mejor será que me presentéis a vuestro jefe y decidiremos quién va a mandar aquí”. Los jugadores, como los internados en la novela de Kesey, no sabían si tomárselo a guasa o sentenciar que aquel jovenzuelo estaba realmente chiflado. Lo que hicieron fue señalar a Ronaldinho, Deco y Eto'o como los capos de lugar, a los que Guardiola sonrió y les enseñó la bonita puerta de salida del Camp Nou. No contento con esto, perdió en Numancia y empató en el Camp Nou contra el Racing, con un tal Pedrito y otro tal Busquets, que se decía que era hijo del portero de los pantalones largos.

Poco hay que decir de cómo acabó la era Guardiola, con la grada, escéptica al principio, suplicándole que se quedara partido sí, partido también. Pero siempre acaba dejándote él. Recuerda a esa chica guapa, que quizás con 16 años no lo era tanto, pero que ahora se pasea buscando novio del que se acabará cansando para buscar nuevas aventuras. Justo ahora acaba de dejar al Bayern de Múnich. Están comprometido hasta junio, pero la separación está ya sobre la mesa. En Alemania no hizo falta que él se pusiera una losa como hizo en Barcelona. Ya traía consigo expectativas por su glorioso paso en la Ciudad Condal y su colega Heynckes le echó un capote ganando un triplete que todavía arrastra Pep. No se ha ido y hay algunos que lo critican porque dicen que se va a ir sin ganar la Champions League, todo por culpa de las expectativas que tanto le dieron en el banquillo azulgrana. Nadie esperaba que tuviera problemas para ganar la Liga y tampoco nadie le pidió que lograra sublimes avances tácticos, que descubriera a Lahm como mediocentro y a Coman como futbolista, que nos alegrara una aburrida tarde de domingo viendo a su equipo jugando con cinco delanteros. Si nadie te lo pide, nadie te lo agradecerá cuando lo hagas.

Ahora ya se sabe que fichará por el Manchester City, donde le esperan con ansia. Su llegada no es desconocida, como en Barcelona, u ornamental, como en el Bayern. Allí es necesario, casi capital, tras una temporada tan desastrosa en la que, dicho sea de paso, los de Pellegrini están vivos -o al menos no en coma- en las cuatro competiciones. Allí no solo le pedirán que gane títulos. Todo lo que no sea cambiar el fútbol en el país donde se inventó será un fracaso. Le están cargando de expectativas tanto los que dicen que fracasará como los que pregonan que emulará a Cruyff en Barcelona. No sé quién le ayuda menos.

El cambio de Alemania por Inglaterra denota un cambio en su interior. Siempre ha estado marcado por las expectativas de fuera. Ahora parecer ser él el que se ha marcado unas realmente ambiciosas. Ha cambiado una liga con un semiaspirante por un torneo en el que puede luchar por el título cuatro, cinco o hasta veinte equipos. En lo táctico, sabe que va a un país donde se estila lo de hacer puenting cada domingo, aunque él prefiere ir de camping con la pelota. Quiere superar todo esto, quiere ser mejor que el elenco de entrenadores que residirá en la Premier, que nada tendrá que envidiar al casting de Sospechosos habituales. Sobre todo quiere superarse a sí mismo, por eso se ha enfundado el traje de Bruce Lee, ese amarillo y negro, para dejar claro que cada uno es dueño de sus expectativas.

Decía Ivan Illich que había que descubrir la diferencia entre esperanza y expectativa, y seguramente sea eso lo que esté haciendo el bueno de Pep. Él sabe que las expectativas las carga el diablo desde que leyó El desierto de los tártaros. En la novela de Buzzati, Giovanni Drogo es enviado a vigilar desde lo alto de una montaña, donde se presupone que algún día los tártaras comenzarán la invasión enemiga. Maduró y envejeció con la única compañía del hastío, la rutina y la motivación de que los tártaros algún día aparecerían y él estaría preparado para ello. Al cabo de años, de muchos años, aparecieron. Ese día Drogo estaba enfermo y tuvo que ser evacuado, sin poder participar en la resistencia.

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