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Víctimas y verdugos

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 17 feb 2016
  • 5 Min. de lectura

En el World Press Photo de 2015, un conjunto de fotografías de Arash Khamooshi plasmaba lo que se presuponía que iba a ser la ejecución de un joven. Abdollah Hosseinzadeh acuchilló a su amigo y fue sentenciado a muerte, pasando de verdugo a víctima. El camino inverso recorrió la madre del fallecido, que tenía el derecho de empujar la silla del condenado, tal y como es tradición en Irán. Todo cambió cuando la mujer, en lugar de tumbar la silla, le dio una bofetada a Abdollah, gesto que simboliza el perdón de la pena de muerte.

En la eliminatoria que enfrenta a París Saint-Germain contra el Chelsea los papeles estaban bien repartidos. Los franceses, doblando a sus rivales en Liga, demandan retos mayores y tener por fin un papel protagonista en Europa. Los blues, aunque con una leve mejoría gracias a la estabilidad de Hiddink, representan a ese equipo que está al borde del abismo, tan cerca del precipicio que ya casi no tiene nada que perder, que es tanto o más peligroso que tenerlo todo ganado.

Sobre el verde del Parque de los Príncipes había muchos conocidos. Tanto entre ellos, siendo la tercera vez consecutiva que se encontraban en los cruces de Champions, como para el aficionado español, con hasta ocho jugadores que otrora habían militado en la Liga. Hasta el tercer equipo sobre el verde, el quinteto arbitral, era español.

Las bajas más sensibles para Hiddink eran Matic, y sobre todo Terry, que añadida a la de Zouma obligaba al técnico holandés a centrar a Ivanovic y a usar a Baba en el lateral. En el lateral precisamente estaba la ausencia más destacada del París Saint-Germain. Aurier preparó el partido despachándose a gusto con su entrenador y algunos de sus compañeros. A Blanc no acabó de gustarle le táctica y le ha apartado del equipo, parece que para siempre. Su puesto lo ocupó Marquinhos, que tenía la tarea de cubrir a un deprimido Hazard.

El PSG no tuvo problema en adoptar el rol de verdugo y empezó el encuentro dispuesto a comerse al rival. El balón se movía de un lado a otro y los primeros avisos fueron dos disparos lejanos de Verratti y Moura, el culpable de la ausencia de Cavani. Los papeles de la película ya estaban más que repartidos, tanto en lo anímico como en lo táctico.

El Chelsea, que es de Hiddink, guarda todavía algún resquicio de Mourinho. La alineación, con Cesc como uno de los dos pivotes y una ofensiva línea de tres podía antojar una mínima iniciativa londinense. No fue así, al menos hasta el minuto 20, cuando el Chelsea no sabía cómo era el nuevo balón ni de qué color vestía Trapp, si es que Trapp era el guardameta. Los franceses habían tenido el balón para atacar y asfixiar al Chelsea. Como no tenía aire, el equipo inglés cogió el balón para respirar, y hasta casi dormirse, o al menos hacerse el dormido para anestesiar al rival. El Chelsea emuló entonces a ese amigo cabrón que se hacía el dormido, esperando que tú también cayeras, y pintarte algún miembro en el rostro. Y a punto estuvo de pintarle la cara. Los ingleses meneaban el balón con insultante desidia y el PSG se confió. Un centro lo remató Diego Costa, y entre Trapp y el travesaño evitaron el tanto del delantero español, en racha en la Premier. La ocasión espoleó a unos y acongojó a otros, que vieron que quizás no iba a ser tan fácil. Los parisinos recuperaron el balón pero ya con menos clarividencia, lo que suponía un triunfo para el Chelsea.

La humanización del PSG dignificó la eliminatoria. Los de Blanc, recientemente renovado, llevaban la iniciativa sabedores de que el Chelsea no estaba muerto, sino que solo se lo hacía. El encuentro entonces tornó en partidazo, esos que solo se desequilibran con aciertos y errores. Lucas Moura acertó en dotar de verticalidad a su equipo, pero el error de bulto fue de Mikel al cometer falta sobre el brasileño. La aciaga actuación de Mikel no acabaría ahí. La falta, lanzada con mala leche por Ibrahimovic, se convertiría en el 1-0 tras tocar en el nigeriano.

El marcador parecía definitivo en la primera parte hasta que quiso aparecer alguien, no se sabe muy bien quién. Quizás fue un duende, el Dios del fútbol o el azar. Lo que sí se sabe es que le gustan los enfrentamientos entre PSG y Chelsea. Ya se representó hace dos años cuando el gol de Demba Ba en los minutos postreros culminaba la eliminatoria blue. También lo hizo el año pasado, en la prórroga, cuando Thiago Silva fue villano y héroe. Esta vez la tostada cayó del lado del Chelsea, cuando un córner sacado -presumiblemente- de la nada, lo peinó Costa y acabó, obviamente, en los pies de Obi Mikel. Víctima y verdugo, el nigeriano empató con un disparo a bocajarro, endulzando el descanso al Chelsea.

La segunda parte empezó igual que la primero en forma, pero diferente en fondo. Los franceses querían y tenían el balón pero de forma inoperante. El Chelsea se desentendía del esférico, pero eso no significaba que no atacase. Que se lo pregunten a Trapp, que volvió a vestirse de héroe ante Diego Costa en un mano a mano tras un contragolpe de libro de Willian.

No quería quedarse desangelado el PSG en ataque y apareció Di María, silencioso hasta el momento, para avisar desde lejos. Ambos se aflojaron la corbata y jugaron una muerte súbita, con el balón para el París Saint-Germain, sabedor de que si no creaba ocasiones el Chelsea iba a salir a la contra con ferocidad. La táctica dejó pasó al alma, casi como una prórroga, quedando más de dos horas de eliminatoria. Cuando la tenía el PSG, más profundo que en el primer tiempo, parecía claro vencedor. Si salía el Chelsea con Cesc, engrasado con el mono de mecánico, Willian y Costa, se antojaba un buen botín para los de Hiddink.

Quizás porque el 1-1 era buenísimo para el Chelsea e insuficiente para los locales, los de Blanc apretaron los dientes. Ahora no tenían el balón por obligación si no por justificación. El ataque francés ganó en profundidad gracias a Di María, colosal en la segunda mitad. En el Chelsea el héroe fue Courtois, salvando varias de ellas, resguardado por una zaga pretoriana, convirtiendo al Chelsea de Hiddink no ya en el de Mou, sino en el Di Matteo.

Los de Londres perdieron frescura, en defensa, corriendo sin ton ni son tras el balón, y en ataque, con unos contragolpes cada vez menos amenazadores. El campo estaba totalmente inclinado y las ocasiones parisinas se sucedían. Disparos lejanos, cercanos, cabezazos; de ibra, de Di María, de Lucas. Distintos inicios pero siempre el mismo final: Thibaut Courtois. El único que asustaba era ya el bando parisino, aunque necesitaba fabricar mucho para hacerlo. No así los visitantes, que con un balón largo casi se plantan en un mano a mano con Trapp. Quizás eso aprendió el PSG, que había llegado la hora de ser más directos. Una jugada trantranera, sin entrañar peligro, o mejor dicho sin parecerlo, acabó esta vez sí en gol. Había entrado Cavani, liberando más a Ibra para jugar de todo y además dejarle espacios al uruguayo, más dado a buscarse las castañas en ataque. Di María se las peló, las castañas, y asistió con dulzura por encima de la defensa. No era fácil pero Cavani definió bien ante Courtois, que poco pudo hacer esta vez.

Si el Chelsea se conformaba con 1-1, todavía más con 2-1, vista la segunda parte de los de Blanc. Incluso el 2-1 se quedaba corto para ellos, pues podía antojar el golpe casi definitivo a la eliminatoria. La tuvo Ibra para empujar la silla del sentenciado Chelsea, pero como la madre del joven asesinado, abofeteó al Chelsea y le perdonó la vida en un mano a mano con Courtois. Así acabó el partido, sin saber para quién era bueno o malo, quién salía como víctima y quién como verdugo. Los que ganamos somos los espectadores viendo que una eliminatoria de tanto calibre queda abierta.

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