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La Metrópolis de Sevilla

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 12 feb 2016
  • 4 Min. de lectura

"Mediante la exactitud de la máquina, puedo medir la exactitud de los hombres; y gracias al aliento de la máquina, la fuerza de los pulmones de los hombres compiten con ella"

Metrópolis. Thea von Harbou.

En el mundo hay dos tipos de personas. Bueno, supongo que habrá muchos, o mejor dicho, muchas premisas para dividir el mundo de dos tipos de personas. No seré yo el que dictamine si dividir a las personas en las que cogen en el cuchillo con su mano hábil o no es una buena forma de segmentar a la población. Me encamino a la cultura, véase literatura, cine o fútbol, que más o menos viene a ser lo mismo. Están los bohemios, de talento anárquico y disperso, capaces de lo mejor y lo peor. Un día darán un diez, otro un cuatro y al tercero puede que ni se presenten al examen, fruto de la última curda. Enfrente, con buena planta, la camisa por dentro y abrochada hasta el último botón, están Los Ordenados. Si para sus opuestos las notas son imprevisibles, ellos ya conocen la calificación incluso antes de enfrentarse al examen. Siete y medio. Notablemente bien. ¿Un cuatro? Mediocre. ¿Un diez? Demasiado perfecto. En su escritorio reposa lo que parece una inofensiva lista de tareas, pero es su Biblia. Lo tienen todo ordenado para la jornada, como Jay Gatsby, o incluso la lista de sus obras. Truman Capote planificó la publicación de sus libros desde bien jovencito y dicen que lo cumplió a rajatabla.

El fútbol, que es como la cultura y como la vida, también se rige por este patrón, sobre todo en jugadores. Simeone, de la estirpe del orden, sudor y lágrimas, decía que Kiko siempre se estaba riendo en el túnel de vestuarios, algo que el argentino entendía pero no concebía para sí. Los entrenadores ya son, por razones obvias, más dados al orden. No quita eso que haya los que dejan más libertad, primordialmente a las mentes creativas, y otros que cortan de raíz cualquier atisbo de libre albedrío. Emery sabe mucho de esto.

Seguramente sea porque ha leído muchas distopías y ahí se enseña muy bien a cortar de cuajo el libertinaje por capricho. Cuando leyó Metrópolis, y más todavía cuando vio la adaptación cinematográfica de Fritz Lang -marido de Thea von Harbou, escritora del libro-, sabía que el gran reloj que custodiaba la hipotética ciudad del año 2000 tenía que relucir en lo más alto de Sevilla. Un reloj que racionalizara el tiempo, que esclavizara a los jugadores programándolos para un trabajo inflexible del cuerpo humano. No podía haber nada mejor.

Puestos a distopiar, siguió con La naranja mecánica. Vio excesivo lo de emplear la técnica Ludovico para estudiar a los rivales. Tampoco encajó bien la aparición de sacerdotel que defendía el libre albedrío. Menos de acuerdo estaría todavía con la elección del título del libro. Burgess quería denunciar la "aplicación a una moralidad mecánica a un organismo vivo que rebosa jugo y dulzura". Al sacerdote y a Burgess, Emery les hubiera enseñado a Banega. Una naranja bien exprimida capaz de mantener la creatividad en sus botas.

El motivo de toda esta opresión es la ansiada búsqueda de regularidad. Una regularidad que ya ha alcanzado el Sevilla y que, dicho sea de paso, anhelan en Valencia desde que cantaron el recurrente "Unai vete ya". Todo porque su fútbol no era el más vistoso, ajeno a la magia y a la inspiración. Muchos ignoran que el técnico vasco no confía en ella. No quiere esperar a alguien que nunca se sabe cuándo aparecerá, o que podría no hacerlo. Picasso decía que ojalá la inspiración le cogiera trabajando. Emery no quiere arriesgarse. El sudor y el esfuerzo son más fiables, aunque eso supongo jugar con Krohn-Dehli y no con Konoplyanka.

Bien haría el ucraniano -o ucranio, como se estila decir ahora- en no dejar de mirar el engranaje del gran reloj. Él es una botella de agua. Y Krohn-Dehli es otra. Emery quiere tenerlos a todos enchufados, tal y como contó una magnífica rueda de prensa en forma y contenido, donde estableció sus dos mandamientos: primero, que nadie supiera antes que los jugadores cuál iba a ser la alineación, razón por la que es blanco de vituperios de usuarios de Comunio y Futmondo. El segundo mandamiento es que todos los jugadores estén enchufados, que desde lo alto de la Giralda contemplen el reloj sin parpadear. Por eso necesita una plantilla amplia. Por eso necesitaba a tres delanteros, aunque ahora se haya marchado uno. No importa, porque Gameiro está mejor que nunca y Llorente tiene unas ganas locas de quitarle el puesto.

Como consecuencia más que lógica, es obligatorio que los inicios de campaña sean malos. Lo fue la pasada y lo ha sido esta. Como todo engranaje, necesita ponerse en marcha, y más si es el de un reloj de tales dimensiones. En agosto, sin cansancio en sus jugadores y sin competiciones entre semana, las rotaciones carecen de sentido. Por eso para Emery los títulos son un medio para llegar al fin. Cuantos más partidos juegan sus equipos, a más jugadores pueden tener enchufados y mejores son sus actuaciones en las tres competiciones. Seguro que no vería con malos ojos jugar la Copa de la Liga, para tener cuatro partidos a la semana y engrasar todavía más su maquinaria de 40 jugadores. Así todos estarían enchufados.

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