La sartén del Cholo
- Sergio Vázquez
- 11 feb 2016
- 3 Min. de lectura
Parker es joven, bueno con el saxofón. Se levanta a tocar en una sesión de grabación y mete la pata. Y Jones casi lo decapita por eso. Lo corren a risotadas. Se duerme llorando esa noche. Pero al día siguiente, ¿qué hace? Practica, y practica y practica con una sola meta en mente: Que nunca se vuelvan a reír de él. Y un año después regresa al Reno y se sube al escenario y toca el mejor solo que el mundo ha oído. Imagínate si Jones hubiera dicho: "Estuvo bien, Charlie. Estuvo bien. Buen trabajo". Luego Charlie piensa: "Caray, hice un trabajo bastante bueno". Y se acabó la historia. No existe Bird. Eso, para mí, es una tragedia absoluta. Pero eso es lo que el mundo quiere ahora. Y se preguntan por qué el jazz está muriendo. Te digo y cada álbum de "jazz" de Starbucks lo demuestra, no hay dos palabras más dañinas en el idioma que "buen trabajo".

La masterclass de inconformismo corresponde a la película Whiplash, cuando el riguroso profesor Terence Fletcher le explica a su ambicioso alumno la importancia de ir siempre a por más. Fletcher, encarnado por el merecidamente oscarizado J.K. Simmons, responde a un patrón de motivación patente tanto en el cine como en el deporte; tanto en la ficción como en la realidad. El cabroncete -o directamente cabronazo- que trata de espolear con métodos de dudosa ética, sin saber muy bien si el objetivo es hacer de su pupilo un triunfador o paliar sus fracasos personales. En la Ribera del Manzanares bien saben de lo que hablo. Más de uno se preguntó si Fletcher, pese a su apellido, no había salido de la cantera rojiblanca. De un colchonero de corazón salió la controvertida y mítica frase "dígale al negro que usted es mejor". Aunque fuera con el chándal de la Selección, el gen era rojo y blanco.
Cortado por el mismo patrón está el Cholo Simeone, a quien lo único que le debe disgustar de Fletcher es que su alopecia. Como buen seguidor de la sublime cinta de Damien Chazelle, sabe que si la charla del profesor es fructífera, más significativa es todavía la pregunta del alumno. "¿Pero hay una raya? Quizá un día se te pasa la mano y desalientas al siguiente Charlie Parker y ese no surge". El Cholo rebobina. "¿Pero hay una raya? Quizá un día se te pasa la mano y desalientas al siguiente Charlie Parker y ese no surge". Él sabe que esto pasa. Al motivador por excelencia del siglo XX, capaz de hacer correr a futbolistas talentosos, e incluso al propio Charlie Parker, se le han atragantado proyectos concretos, acabados en fracaso, o más bien no-victorias.
El proceso de motivación de Simeone hay que entenderlo como una sartén ardiendo. Nada más llegar, él y el Mono Burgos, su pinche desalojaron la cocina de productos caducados y solo precisaron de una sartén, fuego y aceite. Una vez estaba caliente, la maquinaria se puso en marcha. Los jugadores iban a entrando como el que entra a un jacuzzi a cien grados, no precisamente a relajarse. La gran mayoría vio que no se estaba tan mal, sobre todo si no parabas de correr. Parecían palomitas saltando sin parar. Solo así no podían ser nunca devoradas.
"El liderazgo se tiene o no se tiene, yo no lo impongo. O me seguís, o no me seguís. Es así de sencillo", afirma en una entrevista a Jot Down. Como todo líder ha sido capaz de hitos extraordinarios, como casarse futbolísticamente con Arda. Ellos, que eran tan distintos. Al turco, con dificultad estilística hasta para trotar, se le veía fuego en las pupilas cada vez que tenía que recuperar el balón. Griezmann, fino jugador de fina brocha, solo entró en el equipo a base de recuperar con un rodillo. Y vaya que si lo hizo.
También como todo líder, cuenta con manchas en su currículum de psicólogo deportivo. Sosa, Siqueira, Diego -que sin entrar en la sartén posibilitó una final de Champions- y Jackson, el más reciente, son algunos de los Charlie Parker que el Cholo no ha podido hacer triunfar. Con ellos pasó la raya y nunca acabaron de entrar en la sartén. Ni que decir tiene que algo tendrá que ver la actitud o constancia del jugador. Quizás esperaban un "Buen trabajo" que nunca llegó.
Igual que hay jugadores que no saben vivir dentro de la sartén, hay otros que ya nunca más podrán salir. Lo intentaron algunos, como Filipe, ya de regreso, o Diego Costa, con las maletas listas. Se fueron dispuestos a dar un salto más en su carrera, pero pronto se dieron cuenta de que ya habían alcanzado la cima. Quizás no en títulos, y mucho menos en juego. Pero en el Atlético habían dejado de jugar al fútbol para estar afiliado a él. Era una droga, y el Cholo su camello.
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