Asomados al precipicio
- Sergio Vázquez
- 3 ene 2016
- 3 Min. de lectura
"Tyler me dice que todavía estoy lejos de tocar fondo y que si no bajo hasta el fondo no conseguiré salvarme". El club de la lucha, Chuck Palahniuk

Ambos equipos llegaban tras una derrota agridulce entre semana. La Real se fue con cara de póker del Bernabéu y el Rayo contuvo al Atlético en el mismo escenario que el encuentro de hoy. Sin la opción del doble delantero, Jémez volvió a la irregular línea de tres mediapuntas, hoy con Lass, Jozabed y Embarba. En los txururdins destacaban más los ausentes que los presentes.
Regla en mano, el de Vallecas es el campo más pequeño de Primera División. Ambos equipos quisieron extremar el adjetivo, y más que pequeño lo hicieron raquítico. Las dos líneas defensivas estaban muy adelantadas lo que provocaba una lluvia de balones largos. El silbato de Mateu señalando posición antirreglamentaria era el sonido que se imponía en la atmósfera, mucho más que los cánticos de una grada insulsa.
Más que oportunidades, había casiocasiones, que no se producían pero sí se imaginaban en la mente de protagonistas y espectadores. "Ui si pasa...". Pero no pasaba ningún balón y los defensores se erigían como las figuras del encuentro. En especial Llorente, por su pegajoso marcaje a Jonathas, sustituto forzado de Agirretxe, y sobre todo porque adelantó a los suyos. No había espacios y el gol solo se antojaba por un despiste o con una jugada a balón parado, y fue por lo segundo. Trashorras votó un córner con música y Llorente se elevó sobre su rival para hacer el primero del partido.
El tanto le dio confianza al Rayo, por la ventaja y también para la inoperancia del ataque vasco. Eusebio, amante declarado del balón igual que su homónimo en el banquillo rival, intentaba no renunciar y dar protagonismo a sus jugones. Sobre papel la Real tiene muchos tocones, pero hoy estaban tan encerrados como López Vázquez en La cabina. Los locales habían encontrado la fórmula con el balón parado, así que Eusebio decidió mirar al examen del compañero y le dijo a Pardo que copiara a Trashorras. La puso igual de bien, y remató también Aritz Elustondo, también central -aunque nació lateral- y también joven. También marcó. El Rayo se miró al espejo y vio a la Real: gol a balón parado y tanto de un central imberbe.
El empate anestesió el partido y las ocasiones seguían sin llegar. Solo se intuían en cada balón parado, acompañado por perfume de peligro. Tras el descanso, Jémez acrecentó su versión más pragmática y los de Vallecas siguieron intentándolo con desplazamientos largos. Solo hubo una mínima diferencia que resultó ser crucial. Todo lo seria que había estado la defensa de la Real lo echó por tierra en el segundo tiempo, cuando no supo frenar un pase a Jozabed, que extrañamente no estaba en fuera de juego porque salió de su propio campo. El todocampista, jugador fetiche para Jémez, definió a placer.
Con fútbol poco vistoso y con escasas combinaciones, al Rayo solo se le reconocía por los despistes defensivos. Acumuló unos cuantos pero los de Eusebio no podían marcar con el balón rodando. Fue solo cuando se juntaron un córner y un error de Lass cuando Bruma cosechó su segundo tanto en dos partidos, ambos de bella factura.
El error de Lass fue tan notorio que Jémez, castigador con los errores, sentó a Lass. Entró Bebé y no Manucho, a quien quizás exigía el partido por los muchos balones en largo que se rifaban. Ambos conjuntos seguían enrarecidos por el amor de sus entrenadores por el balón que hoy no podían consumar. El que mejor se adaptara al lado oscuro del fútbol se iba a llevar el partido.
Ninguno fue lo suficientemente camaleónico como para jugar con dos puntas que bajaran los melones lanzados desde la trinchera. Eusebio echó de menos a Agirretxe y Jémez sencillamente no quiso hacerlo. Dio entrada a Manucho pero sacrificando a Guerra.
En los compases finales, los dos equipos, de la mano en todo el partido, divagaban en la duda de dar la machada o no. No les valía empate, pero mucho menos premio emanaba de la derrota. El punto suponía un premio escaso pero que a la vez no permitía a ninguno de los dos volverse loco. Quizás por aquello de jugar en casa el Rayo, intentó un arreón final. Vinieron tres córners consecutivos, que según lo visto hoy entrañaban mucho peligro. Pero el acierto a balón parado se había agotado y el miniacoso terminó rápido. Quiso asomarse la Real pero no marcó, aunque al menos sirvió para dictaminar que el empate fue justo. Las tablas no rompieron las dinámicas negativas de ambos, pero al menos demostraron que son equipos con alma. La misma sensación agridulce fue la que tuvieron al empezar y al acabar el encuentro.
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