Balón de Oro, incienso y mirra
- Sergio Vázquez
- 7 ene 2016
- 5 Min. de lectura
Espanyol y Barça se enfrentaban por segunda -y no última vez- en pocos días en esos caprichos que tiene guardados a veces el calendario. En el primer envite, los azulgranas se mostraron espesos pese a dar tres palos. A los pericos les acusaron de dar palos de otro tipo, como si no fuera lícito jugar como cada uno quiere. Para el segundo asalto se citaban prácticamente los mismos, a excepción del debut de uno de los regalos de Luis Enrique. Al asturiano le dieron la opción de llevar al cole un juguete nuevo, y eligió a Arda Turan.

Los primeros minutos parecieron volar en la nada, no solo por el viento, sino también porque las miradas se centraban en el turco, nuevo en el patio del colegio. El Espanyol se achicaba y todo se jugaba en su campo. Incluso el gol blanquiazul se gestó en su mitad, con un error en el pase de Alves. Asensio, que había forzado el fallo, emuló a Louise conduciendo con calma, casi sin objetivo. A su derecha estaba Thelma Caicedo, más decidido a marcar cuando recibió al balón y vio que Mascherano le enseñaba el '14'. Recortó con insultante superioridad al argentino y definió mientras el corazón parecía no laterle.
El tanto espoleó al Barça, que no empieza los partidos cuando pita el árbitro, sino cuando le amenaza al rival. El sábado aterrizó en Cornellá ya en la segunda parte, cuando la espesura era plausible. Esta vez fue el gol de Caicedo, positivo también para los culés. Raíllo -novedad por Álvaro- y Roco, parecían no dar abasto con los balones a su espalda, que no besaban la red por imprecisiones en el pase o en la definición. Cuando se juntaron el mejor en uno -Iniesta-, y en lo otro -Messi-, la contienda se igualó. El manchego sacó la escuadra y el cartabón y Messi puso el compás de la calma para anotar ante un indefenso Pau.
En poco más de 11 minutos ya se vio más fútbol que en el accidentado partido liguero. Ambos equipos se calmaron viendo que su plan podía salir bien. El Barça repartió más pases y el Espanyol más faltas, esta vez frenadas por el árbitro, ojo avizor por el precedente. Los de Galca se mostraban correosos, aunque con una línea defensiva más arriesgada. Uno de los balones que superó a la bravucona zaga acabó en los pies de Neymar, que no definió porque Javi López le hizo penalti. No lo vio el colegiado, apuntándose a la mala racha arbitral de los últimos días. Un bache que, por cierto, dice mucho de ellos. Si solo tienen una semana aciaga significa que todo el año cumplen con nota.
Los pericos competían, agazapados y asomándose de vez en cuando con chispazos ofensivos como reclamaba Galca en el postpartido liguero. Esperaban los errores azulgrana, que pocas veces se producían en las combinaciones mágicas de Messi y sobre todo de Iniesta y Neymar, excelsos en los últimos partidos.
El Espanyol corría el riesgo de acularse cada vez más, emulando a un funambulista abocado al precipicio del gol. Las embestidas azulgranas solo se frenaban con los paluegos rencorosos del sábado y las tres lesiones de Caicedo. Finalmente abandonó el campo, lo que fue casi como un gol en contra, aunque al menos sirvió para acercar el descanso, porque se perdió tiempo y porque el Barça se fue del partido. Los equipos parecían dos hermanos peleándose por ver quién jugaba primero con los regalos. Eso dice poco de los azulgranas, que se convierten en equipo impulsivo y a veces inmaduro, queriendo saldar cuentas pendientes con palabras. No así Messi, que si en Cornellá pinchó un balón en el travesaño, esta vez cambió su estilo de lanzador sutil para fusilar a Pau. El tanto desesperó al Espanyol, que compitió 45 minutos pero enfiló vestuarios por detrás en el marcador.
La segunda parte comenzó antes del pitido inical, al menos para Asensio, que se lesionó de forma inverosímil paseando del túnel al campo. Galca perdía sus dos argumentos ofensivos que le recordaban al Barça que no podía despistarse en defensa. Sin Asensio ni Caicedo, el único quebradero de cabeza para Luis Enrique era crear, y eso con los reyes de la magia era más sencillo. Arda, que hasta ahora solo acaparaba miradas por curiosidad, sacó la mirra. Iniesta puso la calma con el incienso y Messi acaricia su quinto oro por actuaciones como esta. Ambos tejieron la jugada del tercero y Piqué presumió de olfato de killer teniendo solo que empujar el 3-1.
El guion era ahora el lógico, ese que el Barça no había podido imponer en partido y medio. El Espanyol ya se había convertido en ese rival que parece un figurante pagado por el propio Barça, un sparring a cuenta propia, unas plañideras en el entierro blanquiazul. Los pericos no querían asistir a la fiesta impávidos y se dedicaron, esta vez sí, a pegar sin sentido, solo por rabia, el peor síntoma de debilidad que el Espanyol no había mostrado. En vez de competir, como habían hecho con nota hasta ahora, los jugadores prefirieron borrarse a base de expulsiones. Hernán y Diop, uno por falta y el otro por la lengua, dejaron a los suyos con nueve, empañando sus envidiables 135 minutos con una versión camorrista. Sobre todo Pau, más desquiciado que un niño de seis años al que no le traen el videojuego que quería.
Los azulgranas, entrando también al trapo, acababan por los suelos menos Iniesta, que no apoyaba ni los tacos sobre el verde, levitando en el campo. Al manchego le ha costado mucho adaptarse a Luis Enrique, quizás al que más. Estaba arraigado a un estilo pausado y este Barça vertiginoso le atropellaba. Ahora se ha adaptado, sin perder su ADN, dándole al Barça no solo argumentos arriba, sino también desde un poco más atrás.
Con los de Luis Enrique jugando a su antojo y el Espanyol sin mordiente, una de las cuentas pendientes era ver a Aleix, por estrenar el nuevo juguete y por saber dónde iba a jugar. Entró de lateral mientras Arda había superado la prueba, provocando ilusión sobre todo por lo que podrá aportar. Pero cuando entró Aleix todo estaba hecho ya, y ambos equipos se enzarzaron todavía más en el barro. Malos ganadores y peores perdedores estropearon un espectáculo que, como sostiene la corriente buenista de la demagogia, lo ven muchos niños, y más ayer.
El error más grave quizás fue del Espanyol, que se bajó del partido y la eliminatoria cuando solo estaba dos goles por detrás y con un partido pendiente en su casa, donde le esperaba un infierno al Barça. Sí que se dieron cuenta los de Luis Enrique, que dejaron de sonreírle al rival con altivez para matar la eliminatoria. Messi apuró la magia de la epifanía y Neymar hizo fácil una volea casi imposible. La próxima cita, a una semana vista, está más cerca de parecerse a una quedada de macarras cuando termina el colegio que a un partido de fútbol. Veremos.
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