top of page

Hermanos en el fútbol y en lo malo

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 25 dic 2015
  • 4 Min. de lectura

"Si no somos guardianes de nuestros hermanos, por lo menos no debemos ser sus verdugos" Marlon Brando

En el barrio todavía se ríen cuando se acuerdan de la anécdota de aquella niña que lidió tan bien con el nacimiento de su hermano. El reinado de la pequeña en casa solo había durado cuatro años, justo los que se llevaba con su hermano neonato. La madre, sabedora de los celos que florecen en los mayores, contrató de inmediato los servicios de una niñera para que la ayudara con el bebé, y así los padres podrían dedicarle más tiempo a la ya hermana mayor. Tan rápido fue el fichaje de la cuidador que incluso llegó ya con ellos del hospital. La triquiñuela era magistral, pero aún así los progenitores se extrañaban de que no se percibiera en la niña ni una pizca de pelusilla. Al año de nacer el bebé, vista la óptima adaptación de todos los miembros de la casa, la familia decidió dejar de contar con los servicios de la niñera. Cuando se despidió de todos y ya enfilaba la puerta de la calle, la pequeña corrió tras ella, preocupada y con el bebé bajo el brazo, hasta que le dijo aliviada y con cierta altivez: "Casi se olvida su bebé, menos mal que me he dado cuenta".

Del mismo modo que hay tipos de personas, tipos de familias y hasta tipos de leche, hay categorías de hermanos, tanto en la vida como el fútbol. De hecho uno es un apartado de la otra. O al revés, ya no me acuerdo.

La clase de hermanos que abundan en el fútbol es la de desequilibrados. No en lo mental -o bueno, no es el tema a tratar aquí- sino en el éxito que consiguen uno y otro. Mientras uno forja el apellido de la familia, el otro lo pasean con pesadez como si la herencia familiar no fuera dinero, sino piedras. Los hermanos Maradona responden a este patrón. Diego Armando necesita poco cartel de presentación. Raúl y Hugo, en cambio, son más silenciosos pese a haber jugado en España. Gracias a uno de ellos, Maradona -el bueno digo- vistió por unas horas la camiseta del Granada. Fue en noviembre de 1987, cuando Raúl fichó por el conjunto nazarí. Los tres camaradas vistieron la zamarra rojiblanca, aunque solo fuera un sueño efímero.

El premio desigual entre hermanos es el que más se repite en la élite. Ya sea por mérito del triunfador o demérito del desconocido, la sombra se les hace más larga que el ciprés de Delibes. Digao, el hermano de Kaká, fichó por el Milan pero apenas olió el césped de San Siro. Tras varias cesiones tediosas colgó las botas a la pronta edad de 27 años. Hazard también trajo a su hermano bajo el brazo cuando fichó por el Chelsea, pero tuvo que devolverlo. El bueno de Thorgan sigue peleando contra el legado, todavía activo, de su hermano.

En el selecto grupo de hermanos que viven en el fracaso sin tenerlo miedo, destaca Eddy Baggio. Gracias a su hermano Roberto, el apellido no requiere de mucha explicación. Eddy, el menor de los Baggio, ni tan siquiera llegó a debutar en la Serie A, pero en su esquelético currículum futbolístico debe destacar aquella tarde de 1992. Él jugaba en el equipo primavera de la Fiorentina, que se iba a enfrentar a la selección italiana en un amistoso. Ni que decir tiene que el combinado nacional goleó en aquel partido. Para Eddy aquel día iba a pasar a la historia por lograr una hazaña que jamás conseguiría su hermano: marcarle un gol a su propia selección.

No todo son relaciones desiguales en los hermanos más futbolísticos. Los de Boer solo se separaban ya sobre el terreno de juego, cuando uno actuaba de central y el otro de delantero -o en el banquillo-. Pero siempre en el mismo equipo. Cuando dejaron el Ajax rumbo Can Barça, , con letra pequeña y casi inentendible, al final del contrato residía una cláusula en la que se leía: "no sin mi hermano". A los Laudrup también los unieron dos equipos, y parecían estar muy bien elegidos, porque empezaron y acabaron la misma trayectoria. Como dos hermanos que se mudan pero que saben que acabarán juntos, empezaron en el Brondby, bifurcaron en sus carreras y se retiraron en el Ajax en un viaje con retorno.

Otras historias fraternales, más que felices, son pintorescamente alegres. Fabio y Rafael Da Silva, gemelos y residentes en Manchester, compartieron vestuario en Old Trafford durante cuatro años. Cuentan que en la grada e incluso sus compañeros no siempre atinaban en adivinar quién era cada cual. Quizás eso no dice mucho de ellos, pero seguro que más de un día habrán llenado de esperanzas a algún niño red devil a que los Da Silva emularan a los mellados hermanos Derrick y efectuaran la catapulta infernal.

En lo de ser parecidos, si juegan en el mismo equipo puedes verte en algún problema. Si lo que quieres es fichar a solo uno, la metedura de pata puede ser escandalosa. Corren rumores de que es lo que le sucedió al Barça cuando se hizo con los servicios de Manolo Hierro, cuando a quien quería en realidad era al que luego se convertiría en mítico central del Real Madrid.

Si esto fuera un libro sobre hermanos -está lejos de serlo y de quererlo- los Boateng merecerían un capítulo extenso. Lo único que les unió al nacer fue su descendencia paterna. No compartieron padre, infancia, espacio y mucho menos personalidad. Se dijoern aquello de tú a Boston y yo a California y se criaron en lugares distintos. Tomaron la vida por caminos diametralmente opuestos. Hasta que apareció el fútbol. Si en muchos casos el deportes puede ser motivo de rencillas fraternales, como cuenta con atino Bennet Miller en la película Foxcatcher, en los hermanos Boateng, al revés del mundo, el fútbol es ya lo único que comparten. Lo que ha separado la vida que lo una el fútbol.

Comments


bottom of page