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  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 11 dic 2015
  • 2 Min. de lectura

"En una batalla, contra un enemigo mucho más grande y fuerte, enterarte de que tienes un amigo que nunca supiste que existía, es el mejor sentimiento del mundo". Pride (2014)

La última jornada de la fase de grupos en competiciones europeas siempre trae un cúmulo de sensaciones relacionadas con la excitación difícilmente comparables. Si hoy un compañero ha llegado tarde a la oficina, no le culpen, acumula noches de vigilia. Decía Jack Torrance en El resplandor que lo peor de haber dejado la bebida es que tenía todos los síntomas de ser un bebedor, salvo que no empinaba el codo. Algo parecido pasó martes, miércoles y jueves, noches que parecían gobernadas por el Red Bull sin haber probado una gota.

Más allá del componente excitante y carruselístico, hay un sentimiento que se erige por encima del resto. Dicen que delegar es de personas inteligentes, y muchos equipos se vieron obligados a ser eruditos porque su éxito o su fracaso no dependía de ellos mismos. Su futuro estaba en manos de otros, provocando a partes iguales alivio y ansiedad. Nada depende de uno mismo. Puede gritar o dormir. Da igual. Los próximos acontecimientos dependen de terceras personas, mientras acontecemos indefensos pero esperanzados, como le sucedía a Tyrion Lannister en Juego de Tronos. Pidió un juicio por combate y su vida estaba en manos de Oberyn Martell. Bueno, también estaba en las manos de La Montaña, con una zarpa mucho más prominente que La Víbora.

Las curiosas alianzas solo pueden formarse por el dicho no escrito de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. No se explicaría si no que el Sánchez Pizjuán celebrara un gol de Sterling como si lo hubiera marcado Kanouté. O el bueno de Raheem tenía raíces andaluzas aparte de jamaicanas, o el mandamiento anterior se cumplió a la perfección. El Manchester City era enemigo del Sevilla, simplemente por estar en el mismo grupo, pero los Sky Blues se enfrentaban al Borussia de Mönchengladbach, verdadero enemigo de los de Emery. La fórmula se había cumplido.

Una alianza parecida se dio a mediados de la década de los 80, cuando gays y mineros se unieron para hacer frente a enemigos comunes, tales como policía, la prensa y sobre todo, Margaret Thatcher. La historia real se plasmó en el cine con la genial película Pride, de Matthew Warchus. Tras algunas reticencias del sindicato de mineros por el apoyo homosexual, ambos grupos se unieron y se llegó a ver con normalidad algo que parecía imposible por la época y por la diferencia entre los colectivos. La aceptación fue tal, que en una de las manifestaciones una periodista preguntó a un miembro del sindicato de mineros si le parecía extraño el apoyo del colectivo gay, a lo que el personaje encarnado por Bill Nighy respondió: "¿Por qué demonios lo encontraríamos raro?". Algo parecido debió pensar Unai Emery cuando la grada sevillista celebró el segundo, el tercero y el cuarto gol del Manchester City como si la clasificación para la Europa League estuviera en juego

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