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Donde caben dos caben tres

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 25 nov 2015
  • 4 Min. de lectura

"Un amigo es un regalo que uno mismo se da". Robert Louis Stevenson

Llegaba el Barça del Bernabéu con la única preocupación de que después de estar en la cúspide la situación solo podía ir a peor, todo lo contrario que cuando estás en el abismo. Pero ayer el Barça demostró que aún tiene margen de mejora respecto a la obra de arte que plasmó en el campo del eterno rival.

Los azulgrana volvían a enfrentarse a la Roma después de que ya lo hicieran en la primera jornada europea. Desde aquellas fechas, tan lejanas y cercanas a la vez, no cambió nada pero cambió todo. El 1-1 cosechado en el Olímpico y la lesión de Rafinha inquietaron a más de uno. Desde ese partido a Messi le dio tiempo a lesionarse, y justamente ayer regresó a la titularidad demostrando que nada ha cambiado.

Luis Enrique rechazó rotaciones masivas con la intención de ganar a su exequipo como ya hizo en el Gamper. Su sucesor, Rudi García, parece que hizo escala en Vallecas para preguntarle a Jémez a qué altura ponía la defensa. El Barça era feliz con los defensas romanos en el medio del campo y solo el atino inicial de la zaga y el desacierto del asistente evitaban el primero de la noche. El Camp Nou se imaginaba un gol como los de antaño esos en los que Xavi desplazaba el balón a la derecha, Alves la ponía al medio y alguien remataba. El final de la jugada fue tal cual. El lateral la puso al medio y Suárez la empujó para volver a besarse los tres dedos, tan mimados como los tres arietes culés. El cambio vino en el inicio de la jugada. El que abrió a la derecha fue Neymar, una prueba de que el Barça ya no juega al ritmo de los centrocampistas, sino que se organiza, o mejor dicho se agita, al son de los delanteros. A partir del caos ordenado, los tres de arriba tienen la calidad para asociarse y montar triangulaciones por doquier. Una de estas acabó en el segundo tanto, firmado por Messi. La MSN se asoció al primer toque, el argentino la picó y Alves se apartó.

Tras el Clásico, le preguntaron a Luis Enrique si iba a tener un problema ahora que volvía Messi, a lo que el asturiano respondió, cómo no, irónicamente. Los tiros iban más por si Neymar y Suárez iba a ser los mismos que se han echado el equipo a la espalda en ausencia del argentino. Y no. Se ha demostrado que son mejores porque por ahí está un pequeñín llamado Messi. Como cuando llevas un rato corriendo en subida y de golpe el camino se allana. Neymar sigue creando y Suárez goleando, y él mismo anotó el tercero con un violento disparo. En jerga acuática, si Neymar es un tsunami Suárez es el tiburón.

La segunda parte empezó antes de que pitara el árbitro. Con tres sonrisas. La de la M, la S y la N. Que salen al campo a ganar y a ser profesionales, está claro; que además se lo pasan de lujo, es algo sabido. Son compañeros pero todavía son más amigos, y quizás eso lo que les diferencia de los grandes tridentes que ha tenido el Barça en los últimos años, que han sido muchos, pero ninguno equiparable al actual.

El vendaval azulgrana continuó y quedó más que confirmado que tres no son multitud. Al festival de los delanteros se unió Piqué, que se creyó que estaba en el Bernabéu y remató a placer, sin Munir de por medio, otra jugada el primer toque del tridente ofensivo. Los tres tenores llevaban dos meses sin jugar tantos minutos juntos. Habían aprendido a hacerlo tiempo atrás, y como ir en bici, eso no se olvida. Ya que estaban subidos en el velocípedo y el partido estaba cuesta abajo, Neymar sacó la magia, Suárez descargó otra vez de primeras y Messi marcó a la segunda lo que merecía ser una jugada limpia. Ya se habían ganado muchas comparaciones fantásticas: dibujos animados, jugadores de playstation, los Globetrotters del fútbol...

Una muestra de que la vida sigue igual es que se lesionó Sergi Roberto, ayer de centrocampista, donde le falta poner la guinda al ascenso meteórico de su confianza. Quizás por jugar en el medio acabó lesionado. Rafinha contra la Roma, Iniesta frente al Leverkusen, también Roberto en la ida contra el Bate y Rakitic en la vuelta acabaron lesionados. Los culés salen a un centrocampista lesionado por partido de Champions.

Lo que quedaba se jugó para que Neymar hiciera su gol. Messi puso todo de su parte y le cedió un penalti, pero fue Neymar el que se empeñó en no meterlo con un disparo inocente. El rechace lo marcó Adriano pero a casi nadie le importó, y menos a los tres colegas, algo sectarios en esa acción. Tampoco hubiera incomodado a demasiada gente que la Roma marcara un inocente penalti cometido por Vermaelen. Pero Ter Stegen demostró el potencial de la inercia positiva, tal y como hizo Bravo en el Bernabeu, y atajó la pena máxima. El Barça seguiría jugando bien si el partido fuera infinito, aunque en ese hipotético encuentro sempiterno Neymar no hubiera visto puerta. La Roma marcó el gol del honor para que Vermaelen fuera el único que no tuviera un orgásmico recuerdo del partido.

El grupo del Barça ya no es de cuatro, con los culés como primeros matemáticamente, y los otros tres equipo se jugarán el pase en la última jornada. El encuentro dio la razón a Luis Enrique en que el del sábado no fue el partido azulgrana más brillante. Aún había margen de mejora. Y no es descabellado pensar que todavía lo hay.

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