Ciudad de contrastes
- Sergio Vázquez
- 24 nov 2015
- 3 Min. de lectura
En la mochila de mi viaje a Tailandia no podía faltar una pequeña libretita de periodista inquieto, esa que me pienso que me hace parecer más interesante. Cogiera notas interesantes o no, ese pequeño soporte me daba la posibilidad de presumir de un título virtual que tampoco me había olvidado de empacar. Ni el cuadernillo ni el orgullo de recién graduado pesaban en la mochila, pero a mí me hacían sentirme robusto en el viaje al sudeste asiático. Estaba dispuesto a empalabrarlo todo. "Viaje fantasmagórico en ferry", "Templos lujosos, gente pobre" o "Nuestro primer auto-stop" tenían papeletas para aparecer en alguna de mis crónicas. Durante el último año de carrera, aprendí la lección de no llevar nada de escrito aquí, pero yo tenía un titular que tenía que utilizar: País de contrastes. Lo sabía. Algo me decía que esas palabras me catapultarían al súmmum de la creatividad. Como si hubiera algún país en el mundo que no tuviera contrastes.
Una mezcla de ansiedad mental y cansancio corporal atascaron mi voyeurismo durante los primeros días, o al menos así se plasmaba en mi libreta. Ni encontraba contrastes dignos de reseñar ni podía empalabrar episodios sorprendentes. Hasta que llegó el undécimo día, reservado para Chiang Rai.
La ciudad más al Norte de Tailandia , de dudoso esplendor, guarda dos construcciones que siendo visitadas el mismo día ven aumentado su encanto. La primera es el Templo Blanco, que debe su nombre a la pulcritud del color que lo baña. Don Charlemchai Kositpitat, arquitecto del susodicho, sí que supo empalabrar bien lo que quería construir. Su templo es un soplo de aire fresco que se necesita desde Bangkok y Chiang Mai. Todos sus templos son preciosos, pero a los ojos de un occidental poco devoto pueden parecer, cuanto menos, semejantes. La originalidad del templo contemporáneo le permite al autor introducir guiños cinematográficos, que van desde cabezas colgantes alrededor del templo hasta pinturas de personas ficticios ya dentro de él. Choca ver las cabezas de Hellboy y Freddy Krueger, y más aún, pinturas de Neo, Son Goku o Kung Fu Panda. Eso sí que es un contraste.

Aunque para desconexión el tiempo que se reservó la variable meteorología tailandesa en la visita al impoluto templo. Los negros nubarrones que se cernían durante toda la mañana acabaron descargando con soltura. Otro contraste más. El país me estaba devolviendo la creatividad que tenía enjaulada y no paraba de darme contrastes, pero me seguía costando empalabrar según qué escenas.
Ya iba pensando en mi crónica del día cuando apareció una prominente Casa Negra ante mi mirada no siempre despierta. Obviamente, haber visitado ambas construcciones en poco espacio de tiempo era el mayor contraste que podía encontrarme en días. Como no podía ser de otra manera, entrando en la Casa Negra salió el sol. Era el único rayo que se podía ver ante tanta oscuridad. "Mal rollo" sería la sensación perfecta si no me sintiera con la necesidad periodística autoimpuesta de ir más allá. Las 40 cabañas que conforman el Museo guardan reptiles disecados en lo tangible, y una atmósfera lúgubre en lo que no se puede tocar con los dedos. "Lúgubre". Sin darme cuenta había empalabrado a la perfección. Lúgubre, sombría. Así es la Casa Negra. Podría explayarme con más palabras del campo semántico de lo tétrico, pero tanto los puedo mencionar yo como sinonimos.org.

La Casa Negra y el Templo Blanco. El cielo y el infierno. Y el yin y el yang y muchos otros tópicos que yo ya no puedo utilizar porque he llenado el cupo por hoy. Como las grandes rivalidades, ambos se retroalimentan y son mejores porque existe el otro. Faulkner criticó la simpleza de Hemingway diciendo que nunca usó una palabra que obligara al lector a usar el diccionario. Hemingway respondió al envite preguntándole a Faulkner si de verdad pensaba que las grandes emociones provenían de las grandes palabras. Vituperios similares podrían lanzarse ambas construcciones. Como Robert Angier y Alfred Borden en El truco final. Miguel Ángel y Leonardo. Messi y Cristiano Ronaldo.
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