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Breathman

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 6 nov 2015
  • 2 Min. de lectura

Respira hondo. Toma aire. No lo harás hasta dentro dos horas. Como si leyeras un gran párrafo sin puntos y aparte. Estás en la salida de una carrera. Unas baquetas marcan el pistoletazo de salida.

Un día un profesor me explicó que a lo primero que debe aspirar una persona, por muy culta que sea, es a la normalidad. Ser llano, que no vulgar, era para él la mejor cualidad del hombre. González Iñárritu nos reta a tomar parte en este debate que él traslada a la cultura, aunque bien se puede ampliar a la vida. Utiliza a un superhéroe de capa caída, donde la elección de Michael Keaton es certera como el disparo de un francotirador, para preguntarnos qué tipo de cultura preferimos nosotros: la taquillera o la artistística. Riggan Thomson, el protagonista, lo tiene claro: dirige y protagoniza una adaptación teatral de Raymond Carver con la única misión de obtener respeto del público, abandonando el papel de Birdman, con el que ha conseguido ser una celebridad pero no un actor. El fantasma del superhéroe sobrevuela su cabeza instándole a conformarse con la popularidad, pero lo que él quiere es prestigio. La dicotomía de Riggan es un juego de conceptos entre el triunfo y el conformismo; entre la modestia y la altanería. En el otro lado del ring está Mike Shiner, interpretado por un sublime Edward Norton. Shiner es el actor superrealista que es bueno y se vanagloria de ello, autoproclamándose salvador del genocidio cultural del siglo XXI. Ese que busca antes la carcajada fácil que la sonrisa inteligente. Iñárritu nos enseña la diferencia entre ambas para conocer nuestros gustos. Ríes por las pinceladas humorísticas; sonríes por los excelsos planos. La cinta está rodada en un falso plano secuencia que te lleva de la mano para no soltarte jamás. Los planos secuencia de Sed de mal y True detective son ambos meritorios, uno por su novedad y el otro por la montaña rusa de sentimientos que genera. Birdman es un paso más allá porque se trata de una plano secuencia de la película casi al completo. Es falso no porque utilice trucos para que lo parezca, si no porque no te das cuenta de que lo es. Quizás el director mexicano quería apartarse tanto de las historias cruzadas que ni tan siquiera cambia de plano. Lo sencillo sería decir que el director cambia totalmente su registro de películas como Amores Perros, 21 gramos y Babel. Sí y no. La riqueza de los personajes le permite cruzar tramas, aunque esta vez no necesita de historias paralelas.

Ya está. Puedes volver a respirar. Tras el film te sientes un poco perdido y con miedo, como cuando estás aprendiendo a ir en bici y te sueltan la parte trasera. Pero solo así puedes analizar la obra maestra que acabas de visionar.

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