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El amante de las prórrogas

  • Foto del escritor: Sergio Vázquez
    Sergio Vázquez
  • 29 oct 2015
  • 3 Min. de lectura

Pese al jet lag que vivimos en la presente semana que hace bostezar asiduamente ya a las siete de la noche -que hasta hace nada eran las siete de la tarde- no quería perderme la presentación de Fin de poema. Estaba yo ojo avizor porque era la primera vez veía en persona a Juan Tallón, y quería una buena impresión. Mutua, me refiero.

Sería incorrecto decir que esa tarde iba a conocer a Tallón. Era para mí un desconocido muy familiar, como cuando vi la plasmación cinematográfica de Atticus Finch. Ya lo sabía todo de él. A Tallón le conocí el año pasado gracias a Twitter, esa red social capaz del todo y la nada. Un día llegué a Rafa Cabeleira, presente en el acto, y me abrió una puerta de escritores gallegos que están creciendo como la espuma, de cerveza claro. Volviendo a Tallón, supe más de él en Brasil -sin haber visitado yo tierras cariocas-, ansiando que hubiera una prórroga para comprobar su reacción. En la víspera de la presentación, por cierto, se habían jugado tres prórrogas en la Capital One Cup, así que cualquier ojera estaba más que justificada. Nuestra relación se había consolidado gracias a su columna semanal en El País, ahora que su ingeniosa escritura empieza a ser mainstream. Ayer, por vez primera, sus palabras salían de su boca y no de mi mente.

Si él explicara el acto desde mi perspectiva, divagaría por las cotidianidades, como que me llevé gratuitamente un dolor de cuello gracias a la señorita que tenía delante. Podría seguir hablando de las incomodidades de una sala que, dicho sea de paso, estaba a reventar. Tampoco quiero ser como el escritor reconocido que hizo de telonero en la presentación del primer libro de Tallón. El susodicho repasó toda su carrera literaria y apenas habló del libro que tenía que recomendar, tal y como explicó el propio protagonista. De anécdotas explicó varias, y a mí me pareció estar en la sobremesa de una boda de mis primos, oriundos de Lugo. El ingenio y el pasotisimo gallego se aúnan en Tallón a la perfección, tanto en su escritura como en su forma de hablar. Quizás porque en él son la misma acción. Empezó su plática diciendo "para ir terminando..." de la misma forma que un escritor piensa en el final de su artículo. Con el micro caído, como el que coge el lápiz sin fuerza, sus palabras salían a cuentagotas pero con precisión. Cuando habla, igual que cuando escribe, no importa hacia dónde vaya, importa cómo lo está haciendo.

En lo cercano entiendes por qué es un hombre de prórrogas. Como él dice, se juegan sin corbata y con la camisa por fuera, atildado pero sin adornos, como su presencia y escritura. Su semblante, fatigado desde el minuto cero, nació para acaparar las cámaras del tiempo extra. La dispersión que le caracteriza, atrapante por otra parte, se disminuye en las distancias cortas donde el Tallón escritor se echa a un lado y deja que tome protagonismo el Juan persona.

Apenas he hablado del acto, en el que estuvieron Eduardo Mendoza y Ramon Besa, y mucho menos todavía del libro. Quizás estoy incubando ya el virus Tallón, ese que a él le hace preocuparse por si una persona madruga el día que tiene pensado suicidarse. El libro por cierto, no me había planteado comprarlo antes de ir al acto, y de hecho todavía no me lo planteo. Así que salí con él -y con mi dolor de cuello- y ya aguarda en mi estantería de noche dispuesto a ser devorado para conocer un poco más a Juan Tallón.

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