Fariña, un Bueno por conocer
- Sergio Vázquez
- 7 oct 2015
- 3 Min. de lectura
"Un minuto era suficiente, dijo Tyler; hay que trabajar duro para lograrlo, pero por un minuto de perfección vale la pena el esfuerzo. Lo máximo que podías esperar de la perfección era un instante".
El club de la lucha, Chuck Palahniuk.
Un buen amigo siempre dice que primera impresión solo hay una. Y todas las veces que me lo dice -que son unas cuantas- yo asiento y callo. Es una verdad casi completa. Al conocer a gente nueva en tu trabajo, tener encuentros inesperados o incluso cuando aparece la mujer de tu vida, la primera impresión puede ser muy distinta a lo que vendrá después. Esa percepción primitiva nos hace creer que sabemos todo sobre una persona, aunque en la mayoría de casos es sugestión propia. Solo hay un futbolista con el que esta regla matemática desaparece: Luis Fariña.

El centrocampista del Rayo Vallecano obliga a rememorar la primera impresión que te hiciste de él. Un control con el exterior, una croqueta en un córner. Eso ya fue mágico. ¿Para qué quieres nuevos recuerdos? Tampoco él te da mucho más, quizás porque quiere que sigas anhelando vuestro primer encuentro y por eso te suministra la droga de su calidad a cuentagotas.
Este tipo de futbolista en España son apodados como guadianescos, en honor al río que aparece y desaparece. En Argentina se le llamaría pecho frío, haciendo referencia al poco corazón y pasión que pone a la hora de jugar al fútbol. Personalmente, prefiero pensar que Fariña se ha leído en varias ocasiones El club de la lucha, en especial este fragmento: "Un minuto era suficiente, dijo Tyler; hay que trabajar duro para lograrlo, pero por un minuto de perfección vale la pena el esfuerzo. Lo máximo que podías esperar de la perfección era un instante". Un instante de perfección. Lo que dura un control con el exterior o una croqueta en un córner.
Si Brahimi es el Iniesta de la clase pudiente, Fariña es su símil en la obrera. Y quizá por eso ha llegado al Rayo Vallecano, un club comprometido con lo social. En lo deportivo, el equipo madrileño le viene como anillo al dedo por su estilo. En la temporada pasada estuvo en el Deportivo de la Coruña, quizás más por su apellido gallego que por afinidad de estilos. Las chispas que ofrecía Fariña eran muy escasas en relación al sacrificio mostrado, lo que le condenó. Un equipo de la zona baja prefiere un miembro de la Guardia Pretoriana, aunque tenga dos piernas izquierda, que un puntillista pulcro en los detalles como Seurat. Sin todavía un portfolio preparado para dar el salto a un grande, Fariña llegó este verano al Rayo Vallecano, un equipo pequeño que quiere jugar como un grande.
El inicio de campaña del equipo de Jémez está siendo irregular en resultados y en el juego. A veces da la sensación de que al Rayo solo se le reconoce por los suicidios en zona defensiva. Trashorras no es el de siempre, Ebert se inmoló una pistola cargada de insultos y Bebé está más pendiente de su lucimiento personal. Jémez sigue sin una brújula ofensiva, y cuando se va a dormir piensa en Bueno, y en Bueno piensa al levantarse.
Pero una de las pocas buenas noticias que tiene el técnico canario es que Fariña todavía no ha llegado. Acumula minutos tediosos en el banquillo, igual que lo hacía Palahniuk en su trabajo, donde escribió un relato de siete páginas titulado El club de la lucha. Ahora, con el equipo huérfano de timón, puede emerger la figura del argentino. Jémez tiene que olvidarse de aquel refrán que dice más vale malo conocido que bueno por conocer. Porque Luis Fariña no es un malo conocido, es un Bueno por conocer.
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